Es muy probable que en conversaciones cotidianas hayas escuchado a alguien hacer referencia a otra persona en estos términos: “Tiene mucha personalidad”, “Es una mujer con una personalidad muy fuerte”, o “Él no tiene personalidad”. La mayoría de las veces estos dichos evidencian un desconocimiento acerca de lo que significa este constructo psicológico que inferimos de la conducta y las actitudes de los individuos. Nos puede gustar o no, pero todos tenemos una determinada personalidad. Así como todos los objetos tienen color aun mostrando diferentes tonalidades, todos los humanos poseen una personalidad aunque esta se manifieste de distinto modo.
¿Cómo definir la personalidad?
Existen diferentes acercamientos al estudio de la personalidad, por lo que se hace difícil lograr un acuerdo sobre las bases y la constitución de la misma. De todas formas, sí que parece en cierto modo establecida una definición general sobre la que trabajan la mayoría de los entendidos en la materia. Fue Hans J. Eysenck, un psicólogo inglés que dedicó su vida al estudio de las diferencias individuales, quien postuló una de las teorías modernas de más aceptación, al referirse a la personalidad como “una organización más o menos estable y duradera del carácter, temperamento, intelecto y físico de una persona, que determina su adaptación única al ambiente”. Pese al paso del tiempo esta definición continúa hoy vigente, aunque se pueden encontrar otras varias conceptualizaciones.
La personalidad se refiere al conjunto único de rasgos emocionales, de pensamientos y de comportamientos que caracterizan a un ser humano en diversas situaciones, que lo distinguen de los demás. Es el patrón de sentimientos, motivaciones y hábitos que define la individualidad de un ser humano. Claude Robert Cloninger, psicólogo estadounidense destacado por sus estudios del desarrollo de la personalidad, la definió como “la organización dinámica de los sistemas psicobiológicos que modulan la adaptación a la experiencia. Sus dos dominios principales son el temperamento y el carácter”.
En la génesis de toda personalidad se encuentran elementos de origen hereditario y elementos de origen ambiental. La herencia proporciona una constitución física y una dotación genética, mediante las cuales se va a captar el mundo y a responder ante él. El ambiente proporciona elementos de interpretación, pautas para dar significado a los estímulos, y determinar formas de respuesta. La influencia simultánea de lo hereditario y lo ambiental a través del tiempo y del espacio, originan y determinan la personalidad.
El individuo no nace con una personalidad determinada, sino con cierta dotación que condicionará, en parte, el desarrollo posterior. La personalidad se conquista, se hace, se construye. Las condiciones heredadas se complementan y transforman a través de la experiencia, el aprendizaje, la educación, el trabajo, la fuerza de voluntad, la convivencia y el cultivo de la persona.
Los elementos o factores constitutivos de la personalidad son el temperamento, el físico, el carácter y la inteligencia.
El Temperamento y el Físico: Los factores biológicos se reúnen, por lo general, bajo el término de temperamento. El sistema endocrino, el sistema neurológico y la bioquímica, afectan a la personalidad. Eysenck hace énfasis en el comportamiento afectivo o emocional, que incluye los fenómenos característicos de la naturaleza emocional de un individuo, su susceptibilidad, la fuerza y la velocidad con que acostumbran a producirse las respuestas emocionales, su estado de humor preponderante y todas las peculiaridades de fluctuación e intensidad en el estado del humor. El temperamento depende de la constitución física y especialmente de los factores hereditarios de la misma.
El Carácter: Es el que determina formas constantes y típicas de actuar de una persona, es el conjunto de rasgos de personalidad, relativamente perdurables, que tienen importancia moral y social. El hogar, la escuela los grupos de amistad, son los ambientes más influyentes en la formación del carácter. Todas las teorías del carácter tienen en común la idea de que no se manifiesta de forma total y definitiva en la infancia, sino que pasa por distintas fases hasta alcanzar su completa expresión al final de la adolescencia. En él intervienen principalmente las funciones psíquicas, así como la acción del ambiente. A partir de esos elementos se desarrollan los factores individuales, que conforman el particular modo de reaccionar y enfrentar la vida que presenta una persona.
La Inteligencia: En eso que llamamos inteligencia confluyen una serie de elementos que tienen que ver con el aprendizaje, la adaptación a situaciones nuevas, la solución de problemas, el proponerse fines, la capacidad de valoración y autocrítica. Según Gardner “La inteligencia es la capacidad de comprender el entorno y utilizar ese conocimiento para determinar la mejor manera de conseguir unos objetivos concretos”. Sabemos que cada persona se adapta a la realidad de una manera diferente, entonces la inteligencia es una forma de interactuar con el mundo, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental, etc. Por lo tanto ser inteligente es una forma de comportarse y actuar y de vivir.
Una organización estable y duradera
Cuando hablamos de personalidad nos referimos a un patrón de pensamiento, sentimiento y comportamiento profundamente incorporado y que persiste por largos períodos de tiempo. Las personas tienden a responder de un mismo modo al enfrentarse a situaciones semejantes. Claro, debemos tener en cuenta que nuestro comportamiento no está determinado solamente por la personalidad. El aprendizaje, el ambiente, o los estados anímicos también condicionan nuestra manera de actuar en ciertos momentos. Si bien la personalidad puede, en cierta medida, predecir o determinar cómo nos comportaremos ante diferentes situaciones, no puede pretenderse que su exactitud sea cercana al cien por ciento. La complejidad del ser humano y la gran cantidad de factores que intervienen en su manera de actuar hacen imposible la identificación de un único predictor de comportamiento. Pese a todo, la personalidad es lo suficientemente precisa como para ser considerada una pieza clave en el estudio de la conducta humana.
Todo ser humano al nacer posee una personalidad “potencial”, en cuanto a que tiene los elementos básicos de la misma. Esta potencialidad comenzará a ser realidad cuando se inicie el desarrollo de ciertas características y capacidades, como trabajo intelectual, creatividad, conducta intencional y valores éticos, entre otras, que indican que los diversos elementos de la personalidad están funcionando con cierto nivel de organización. Se puede hablar de personalidad estructurada cuando el individuo logra dinamizar de forma integrada y con autonomía estos aspectos básicos, lo que le llevará a tener una conducta y un pensamiento característicos.
La personalidad se constituye a partir de los dieciocho años, está influenciada por la maduración biológica y la experiencia social en mayor parte. Todo ello hace que tu forma de ser se organice de manera estable y permanente, aunque hay algunos rasgos que pueden cambiar con la edad. Algunos de los factores que pueden propiciar esos cambios son los traumas, eventos como la muerte, el nacimiento, la migración, los accidentes, el cambio de edad, y en general los llamados “golpes de la vida”.
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