La emigración revolucionaria cubana, durante la guerra de 1868, adquirió en 1869 por 60 mil dólares el buque Hornet, abanderado en Estados Unidos de América. El objetivo era armarlo en corzo y hostigar el comercio español en la isla. Fue bautizado como “Cuba”. Esta embarcación había sido utilizada como nave de guerra por los Estados del Sur en la guerra civil de EE.UU. con el nombre de Lady Sterling.
“Era un vapor de 240 pies de eslora, 26 (ó 20) de manga, 24 (ó 15) de calado, con una capacidad de mil 800 toneladas y una velocidad de 16 nudos; tenía 2 máquinas con 4 calderas y 2 chimeneas, desarrollaba 400 caballos de fuerza, tenía ruedas de paletas movibles y 2 palos aparejados para velas, por lo que era un barco moderno de gran velocidad.” (1)
En el Hornet se trasladó a Cuba una expedición que desembarcó en la costa Norte del oriente del archipiélago, el 8 de enero de 1871. La mayoría de los equipos desembarcados fueron capturados por los españoles poco después de retirarse el buque.
Se iniciaba así un sendero de mala suerte para este barco. El Hornet, guiado por Francisco Javier Cisneros, el responsable en alta mar de la expedición, llegó Port au Prince la capital de Haití. Allí quedó bloqueado por un buque español que ancló, no muy lejos de el en espera de su salida para capturarlo.
Mientras en una canoa llegaba a Jamaica, procedente de Cuba, el General insurrecto holguinero Julio Grave de Peralta, acompañado del patriota José María Izaguirre, Grave de Peralta había sido autorizado por Carlos Manuel de Céspedes para marchar al extranjero y retornar con una expedición con armas y parque. Se trasladó de Jamaica a Nueva York, donde se puso bajo las órdenes de Miguel de Aldama, que dirigía la Agencia General, donde se había unido la inmigración revolucionaria para enviar expediciones a los independentistas.
Miguel Aldama y sus seguidores le ofrecieron a Grave de Peralta el Hornet, y su apoyo para que llevara en el una expedición a Cuba. Ilusionados con la propuesta Grave de Peralta e Izaguirre le entregaron siete mil pesos a Aldama, cinco mil del primero y dos mil del segundo. Era el dinero que habían traído de Cuba para sufragar la expedición. Grave de Peralta partió hacia Haití, mientras Izaguirre continuó en los Estados Unidos para incrementar los recursos.
El barco necesitaba reparaciones y estaba envuelto en demandas de marineros y consignatarios por gastos que se habían realizado y no fueron saldados. Esto último era desconocido por Grave de Peralta, en los momentos en que aceptó la propuesta de Aldama.
Mientras el holguinero se veía enfrascado en aquel universo de problemas de todo tipo el presidente de la República de Cuba en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, envió al extranjero al vicepresidente Francisco Vicente Aguilera y Ramón de Céspedes, para que agilizaran el envío de expediciones. El primero sustituyó a Aldama en su alta responsabilidad. No tardó Aguilera en darse cuenta de que era imposible organizar en el Hornet una expedición.
Julio Grave de Peralta retornó a Nueva York y puso fin a los preparativos para organizar en Port Au Prince, una expedición que sería conducida en el Hornet.
El buque Hornet se convirtió en un serio problema para la emigración. Era demasiado conocido por los agentes españoles para burlar la implacable vigilancia a que fue sometido, a los que se agrega las deudas que había acumulado por supuestos salarios no abonados y otros gastos al parecer más imaginarios que reales. Los revolucionarios cubanos comprendieron que era necesario deshacerse lo más rápido posible del barco.
No era fácil encontrar un comprador en el empobrecido Haití. Además muy cerca de el montaba guardia un buque de guerra español que tenía la orden de capturarlo apenas abandonara las aguas de la pequeña república.
Se decidió trasladarlo a Estados Unidos. Pero el asunto era cómo salir de aquella gigantesca trampa en que se había convertido el puerto de la capital haitiana.
Francisco Vicente Aguilera, que se había hecho cargo de todas las propiedades de la Agencia en nombre de la República y su fiel colaborador José María Mayorga se valieron de una treta. Inscribieron el barco a nombre de Mayorga. Este tenía la ciudadanía estadounidense. Se valió de sus derechos y pidió protección para la embarcación que era propiedad de un ciudadano de la poderosa nación. Una unidad de la flota de los Estados Unidos escoltó al Hornet hasta alejarlo considerablemente de las aguas vigiladas por la escuadra española.
El buque puso proa a Baltimore. Muy pronto el carbón se agotó por lo que hizo gran parte de la travesía a vela.
Apenas sus anclas se hundieron en las frías aguas de la bahía de Baltimore brotaron las deudas y los chantajes de oportunistas de todo tipo.
Mientras las autoridades del puerto encontraron con regocijos problemas en la documentación y otros asuntos reales o ficticios, que nos hacen pensar en el oro de los agentes españoles más que en ilegalidades y errores cometidos por los propietarios de la embarcación. Embargos, juicios y chantajes llovieron sobre la noble mole de madera y hierro en la que los cubanos pusieron tantas esperanzas.
La tenacidad de Francisco Vicente Aguilera y la astucia de Mayorga encontraron siempre una salida airosa en los duelos con los insaciables picapleitos. En mayo de 1872 el Hornet era vendido en 25 mil dólares.
En junio de ese año salía de Baltimore, el buque Fanny que conduciría a la mayor de las Antillas la expedición de Grave de Peralta.
Es posible que parte del dinero obtenido de la venta del Hornet se utilizara para sufragar los gastos de la expedición del Fanny. El valiente General que quiso traer a Cuba una expedición en el Hornet murió en combate, en junio de ese año, poco después de desembarcar. Era como si el barco Hornet y el General tan vinculado a él se despidieron definitivamente con esa magia misteriosa que parece envolver el gran archipiélago del Caribe.
Notas:
1.-Colectivo de autores Diccionario enciclopédico de Historia Militar, Primera Parte, 1510- 1898, Tomo III. Expediciones navales y acontecimientos políticos militares. Editorial Verde Olivo, 2006, p. 25.
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