Insurrectos, Niños mambises, Historia, Holguín, Cuba
Niños mambises

Los niños insurrectos

Al iniciarse la guerra de independencia de 1868 en Cuba muchas familias se fueron al campo y los bosques junto con sus esposos y demás familiares insurrectos. Entre ellos se encontraban no pocos niños. Algunos niños y adolescentes ayudaron según sus posibilidades al esfuerzo independentista.

En el sitio que sufrió la guarnición española y los voluntarios en Holguín, entre noviembre y parte de diciembre de 1868, los insurrectos lanzaban piedras contra las casas ocupadas por sus enemigos. Era una forma de dificultar los trabajos de extinción que llevaban a cabo los hispanos para sofocar los incendios, que intentaban provocar arrojando grandes cantidades de madera seca contra las puertas y ventanas de los recintos enemigos la que luego incendiaban.

Según un cronista integrista, un grupo de adolescentes participaban en el apedreamiento al grito de: “Esta es la guerra de los muchachos, piedra y leña con esos patudos”. (1) Pero en general estos fueron acontecimientos bastante excepcionales. Los menores que residían en Cuba libre estaban imbuidos por el espíritu de inocencia de todos los niños del mundo. No eran conscientes de aquella tragedia en que vivían. Imitaban a sus padres y trataron de adaptarse en la medida de sus posibilidades a la dura realidad de la guerra.

El nacimiento de un niño en la Tierra del Mambí se convertía en ocasiones en una verdadera tragedia. La mayoría de las veces no había una partera que se encargara de ayudar a la madre en tan delicado acontecimiento. Las condiciones materiales eran deprimentes. El nacimiento de uno de los hijos de Isabel Vélez y Calixto García nos ilustra sobre esta situación.

El niño nació en el territorio de la capitanía pedánea de Cacocum en las llanuras del Cauto. Un emporio ganadero en el pasado, pero que la guerra había depauperado al extremo que no existían reses. El recién nacido y su madre se encontraban tan solo en la compañía de las mujeres y niños de la familia de Calixto e Isabel. Los hombres estaban en las unidades de combate enfrentando la ofensiva española llamada por los mambises como “Creciente de Valmaseda”.

Las muchas tensiones creadas por la persecución enemiga y las penurias detuvieron el flujo de leche materna.  El pequeño, rodeado del cariño devoto de la madre, de las abuelas y tías, comenzó a morir de hambre. Es de imaginar la desesperación que provocaba en aquellas infelices mujeres escuchar el llanto del pequeño. El hambre lo debilitaba cada vez más. Sin embargo, el niño sobrevivió. Ningún diarista anotó como lo lograron. Ninguna de aquellas mujeres escribió sobre el asunto. Quizás lo consideraban tan natural el imponerse a la muerte que acabaron olvidando aquella verdadera hazaña de la maternidad.

Carlos Manuel, en su diario personal, nos dejó una desgarradora descripción sobre los hijos de un insurrecto: “La hija mayor está tan extenuada y pálida que yo la tome por la menor y esta se halla en cama comida de bubas que le da un aspecto repugnante. No es difícil que mueran las dos. Sola la pequeñita goza de buena salud, pero todas están mal vestidas.” (2)

Hay descripciones sobre estos infelices que, pese al paso del tiempo, no quisiéramos leer. Un mambí escribió en su diario: “Ayer pasaron por aquí dos niños como de doce años, macilentos, enfermos y completamente desnudos huérfanos y pasando por todos los horrores del hambre: venían huyendo de la tropa enemiga con un jolongo a la espalda saltándoles el corazón por la fatiga de la marcha. Daba compasión verlos convertidos en cadáveres disecados andando.” (3)

El 23 de septiembre de 1873 Céspedes escribió en su diario: “Hoy vino a verme una mujer con 5 hijos pequeños que tiene á su marido en las filas: dice que los españoles le llevaron dos niñitas”.(4) El 22 de septiembre de 1873 vuelve a escribir en su diario un acontecimiento muy similar al anterior: “Vino á verme una pobre mujer á quien los españoles le mataron el marido y 4 hijos, llevándosela para Jiguaní, de donde se les escapó…”.(5) En otra ocasión en su diario personal se refiere a la familia del coronel Juan Cintra: “[…] asesinaron a toda la familia de ese valiente que se componía de 11 personas entre mujeres y niños […]”. (6)

Una parte de estos niños de la guerra se vieron obligados a madurar muy rápidamente para poder ganarse la vida en las excepcionales circunstancias de la guerra. Un patriota nos narra que: “Las raspaduras que tenía me las han robado: me quedo sin nada: descubrí al ladrón. Es un niño de 12 años más hambriento que yo. ¡Tirano! ¡Si hubiera compartido!”. (7)

Carlos Manuel de Céspedes nos deja otra vivencia sobre un pequeño mambí holguinero: “Tenemos en el campamento un niño como de 10 años, que salió ahora de Holguín, donde lo tenían esclavizado los españoles después de haberle muerto al padre y hacerle perecer la madre de miseria. Se llama Marino del Toro. Yo lo agasajé y le hice un regalito.” (8)

El general mambí Vicente García nos relata una desgarradora escena. El 24 de diciembre de 1877: “Llegó el alférez Villamar que andaba en comisión, trayendo dos hombres. Este oficial me participa que en unos ranchos de Río Chiquito encontró una mujer baldada acompañada de una niña de cuatro a cinco años, gritando ambas a causa del hambre y la sed que estaban pasando desde que los españoles cometieron la iniquidad de dejarlas abandonadas cuando asaltaron esas rancherías, guiados por el traidor e infame Eduardo Núñez, pues éste precisamente estuvo siendo cortejo de la mujer baldada a la cual abandonó hacía pocos días por su enfermedad. (9)

No sabemos qué grado alcanzó entre ellos la mortalidad, pues se le refleja, muy ocasionalmente, en la documentación y los textos de la guerra, pero debió de ser muy alta. Estaban expuestos a diversos peligros. Se movían en un mundo lleno de armas manipuladas, en ocasiones, sin mucha responsabilidad. Un diarista insurrecto nos dice de un lamentable accidente: “Además hubo un muchacho herido de bala por un tiro escapado a uno de los nuestros”.(10)

Más que las balas y el machete los grandes enemigos de los niños fueron las enfermedades, el hambre y en general las difíciles condiciones de vida de la insurrección. Es de pensar también que fueron víctimas de todo tipo de traumas sicológicos y es posible que muchos de ellos que sobrevivieron los sufrieron de por vida.

Una pregunta que raramente nos hemos hecho, es si el sacrificio de estos niños que acompañaron a sus padres a la insurrección fue de alguna utilidad. Al parecer fueron víctimas inocentes de la represión colonialista y la póbreza de la guerra. Pero no fue así. La guerra de 1868 se convirtió en una resistencia de un segmento de la población cubana. Dentro de los presupuestos de esa resistencia estaba la familia y como parte de ella: los niños. Ellos jugaron un papel muy importante en la prolongación de esa resistencia de sus padres y familiares. Junto con sus madres y los ancianos de la familia formaron hogares que incentivaban la resistencia de parientes adultos. La mayoría de los mambises tenían por retaguardia a su familia.

Al retornar a sus hogares perdidos en las sabanas y bosques eran esperados y agasajados por esposas y madres, hermanas y tías, incluso una abuela o un abuelo que sobrevivieron a las inclemencias de la guerra. Pero especialmente debió de ser un momento de mucho calor humano la acogida ingenua y alegre de los niños. Ellos eran la parte más sensible y tierna de su vida en Cuba Libre para estos rudos campesinos devenidos en implacables soldados insurrectos.

Notas

1– Antonio José Nápoles Fajardo: El Sitio de Holguín. La Habana, 1869, p. 50.

2 Eusebio Leal Spengler, ob. cit., p. 268.

3–Eusebio Leal Spengler, ob. cit., p. 112.

4–Eusebio Leal Spengler, ob. cit., p. 112.Eusebio Leal Spengler, ob. cit., p. 112.

5–Ibidem, p. 111.

6– Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. I, p. 371.

7– Nydia Sarabia, ob. cit., p. 142.

8– Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. III, p. 180.

9–Víctor Manuel Marrero, ob. cit., p. 284.

10–Ludín B. Fonseca García, ob. cit., p. 42.

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