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"El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", la obra más emblemática de la lengua española, es considerada una de las obras más importantes de la literatura mundial. Foto: Archivo

El español: la importancia de nuestra lengua materna

Oralidad deliberada, anarquía ortográfica y bilingüismo sin complejos. ¿Dónde están los límites del lenguaje moderno?

Los lingüistas son una especie contradictoria. Promulgan que la lengua la hacen los hablantes al hablar, así como los caminantes el camino, y que por ello, no se guía por la lógica aristotélica.

Es importante saber cuándo debe usarse una norma y cuándo no pasa nada por ignorarla.  Resulta esencial que cada vez más gente entienda mejor el funcionamiento de la lengua española, en aras incluso de la justicia social, pues esto puede reducir la discriminación lingüística.

La Real Academia de la Lengua Española (RAE) ha avanzado mucho por ese camino y en sus obras cada vez hay más margen para la variación y, por tanto, para la elección individual, lo cual se le afea no pocas veces. “¡Queremos normas!”, exigen algunos. “¡Pero relajadas!”, replican los lingüistas.

Defendemos que cada uno pueda elegir entre diversas formas de decir lo mismo y que podamos decir tanto “ye” como “y griega”, o tanto “A Juan le quiero” como “A Juan lo quiero”, porque todas estas posibilidades las producen hablantes nativos y no contravienen ninguna lógica lingüística.

Pero hay una excepción en nuestra pasión por la variación: la ortografía. La ortografía no la hacen los escribientes al escribir, sino que es un código que busca representar la lengua en un espacio (el papel, la pantalla) en el que se ve privada de una de sus características más importantes: la voz.

Con la ortografía tenemos que suplir esas carencias y para ello hace falta un análisis lingüístico más académico. No hace falta estudiar Filología para saber colocar las tildes; ni saber colocarlas para escribir novelas. Otra cosa es saber explicar por qué empezaron o dejaron de colocarse así. La ortografía ―la vieja orthographia― es la cuadratura del círculo entre uso y etimología.

Como la lengua oral confía en el contexto y no distingue entre solo y sólo, lo más cabal es dejar las reglas de escritura en manos de los expertos: las clases de Lengua Española de la escuela en manos de los filólogos, ―aunque el de matemáticas escriba poesía― y en los lingüistas de la RAE la última palabra sobre ortografía.

Pedirle a la ortografía que sea racional no es contrario a que podamos elegir entre varias opciones, si estas se justifican por cómo funciona la lengua. Los escritores están llenos de manías a las que llamamos estilo. Por eso hacen bien en cultivarlas.

Otra cuestión es convertirlas en norma. En el primer Congreso de la Lengua, celebrado en Zacatecas en 1997, el gran escritor colombiano Gabriel García Márquez pidió «enterrar las haches rupestres, firmar un tratado sin límites entre la ge y la jota y poner más uso de razón en los acentos escritos (…) Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros», dijo el también Premio Nobel de Literatura.

Hoy 23 de abril, Día del Idioma Español, se hace pertinente matizar la importancia de nuestra lengua materna. Los filólogos saben que lo normal en la lengua es lo que uno aprendió de su madre y de sus maestros. Por eso, analizan desde la coherencia científica, sin sentimentalismo y hasta dónde la lingüística es una ciencia. Para los escritores, entre tanto, es un asunto personal teñido de voluntad de poder, hacer obligatorio lo que no esté prohibido.

Comentario de Isabella Ávila/Estudiante de Periodismo

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