Los genes de Rosell, una semilla que se pierde

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El tío Rosell. Foto tomada de radiobanes.icrt.cu

Al tío Rosell lo conozco desde que tengo uso y razón. Serio y alegre al mismo tiempo, en los momentos precisos ríe y hasta declama estrofas antiguas con ritmo y rima, no importa si es asonántica o consonántica. Rosell es un hombre de trabajo. Tan de trabajo es, que nunca ha querido dejar su natal Santa Justa para venir a la ciudad ni para asentarse en otros lugares, pese a que le han sobrado propuestas de fincas, pozos y fluido eléctrico de la red nacional. En el lomerío donde vive él es feliz.

Pese a las trampas que tiende la naturaleza con plagas, sequías o excesos de lluvias en ocasiones, él y su familia se las ingenian para mantener vivas y conservar en buen estado las semillas de determinadas variedades de plantas, de cosecha en cosecha. Así era el campesino de antes, los que se paran de forma única y no se quitan el sombrero a veces ni para almorzar.

El tío sube y baja las empinadas lomas no sé cuántas veces al día, dobla la espalda y se yergue y hasta caídas tiene. ¿Qué campesino no va al suelo al enredarse con un bejuco “tumba viejos” o porque los años y el cansancio le enredan los pies?

Como el tío Rosell hay cientos de campesinos, cada quien, con sus mañas y costumbres, pero que tienen similitud, porque es una cultura que se ha ido perdiendo en las nuevas generaciones. No todos quieren aprender del viejo libro que no cambia la esencia. Los ciclos, mareas y las lunas siguen siendo las mismas, más allá de que surjan nuevas variedades de boniatos, maíz o malangas.

Unos gustan sembrar grano a grano, otros casi a la chorrera, son métodos y gustos, pero hay que sembrar, aporcar, guardar semillas y esperar el ciclo, así enseñaron y así sigue siendo, independientemente de cómo se llame el dueño de la finca o el lugar que esté enclavado el pedazo de tierra.

Hay campesinos que gustan de las frutas o variedades exóticas: melón de Castilla, mango paraíso, seibei, guineo morado o las nuevas variedades de peras y uvas. Pero siembran, otros denominados igual no plantan ni una semilla de nada. Hay tierras sin aprovechar, estatales y privadas.

Quien se pare en una de las tantas alturas que tiene Banes se dará cuenta de cuánto pudiésemos tener si existiese un aprovechamiento lógico de las parcelas. He escuchado a veces que “para qué sembrar una planta si yo no voy a comer de ella”. Si nuestros abuelos y otros ancestros hubiesen pensado así, no conociésemos ni el mango. La vida está compuesta por consecuencias, derivaciones, es una red que genera experiencias y efectos. Pero el sentido común y el amor a la tierra puede ser la base de un mejor desarrollo de la familia y la sociedad.

El tío Rosell hace feliz a su familia con su ejemplo, defectos y virtudes. Es el tronco de esa rama común que le acompaña y le felicita. Unos y otros se nutren en su armonía. Es la forma del hombre de campo, del campesino original que sigue la senda de sus genes.

Por Orestes Díaz Guerrero /radiobanes.icrt.cu

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