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Semanario Antorcha. Imagen de archivo

Una tragedia que conmovió al oriente cubano y al país

Sonidos estridentes de sirenas de varias ambulancias y carros bomberos, anunciando una tragedia,  desviaron nuestra atención y pusieron fin a la fiesta. ! Algo grande ha pasado! – alguien exclamó…

Recuerdo aquel sábado primero de julio de 1972. Era un día normal. Desde las primeras horas de la mañana el sol brillaba con intensidad. El calor se sentía con fuerza insoportable. En el local que ocupaba el Semanario Antorcha se imprimían los últimos ejemplares de la edición semanal. En el espacioso salón, contiguo a la imprenta, preparaban las condiciones para realizar, en horas de la tarde, el chequeo regional de corresponsales voluntarios.

Alistaba las condiciones para asistir al acto donde se constituiría, en Bijarú, el primer contingente campesino de la Región Banes-Antilla que laboraría en la siembra y fertilización de la caña.

Al mediodía partimos en un viejo “Yipi” soviético conducido por el mulato Mario; viaja además Salvador Mendoza, quien se desempeñaba como Jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Regional del Partido Comunista de Cuba, PCC. Debíamos después de concluido el acto retornar para estar presentes en la reunión de los corresponsales voluntarios.

Pasada las tres de la tarde volvimos. Había concluido el chequeo de corresponsales. Los participantes disfrutaban de la actividad festiva. Alguien me trajo una cajita de las que se reparten en los cumpleaños con dulces y bocaditos; otra persona me dio una cerveza fría. La música y la alegría predominaban, y algunas parejas bailaban aprovechando el momento.

Varias sirenas con intenso ulular pararon la fiesta

En medio de la algarabía Mendoza, Mario y yo, abordamos el “Yipi” que partió raudo detrás de los vehículos de auxilio. Por los autos que cruzamos en la vía, con las luces encendidas, dedujimos que había ocurrido un accidente, pero nunca sospechamos que fuera de tal magnitud.

Un grupo de personas, en lo alto de la carretera, contemplaban la escena, el desastre. Debajo de la ladera un ómnibus humeante sobre el cual un carro de bomberos vertía constantemente agua para apagar el persistente fuego. Caminé hacia el vehículo y miré discretamente en su interior y vi un amasijo de hierros retorcidos. Un fuerte y desagradable olor a carne quemada se respiraba.

Busqué con la mirada a quien preguntar sobre lo ocurrido, y localicé sentado encima de la cuneta al viejo y conocido chofer de ómnibus de apellido Zayas, vestido de uniforme azul y blanco como era característico en él. Pregunté si podría informarme sobre el suceso y me respondió con pesar: “todos los pasajeros que venían en la guagua (ómnibus) están dentro de ella quemados”. No le creí. -Y éstas personas que están aquí- riposté. “Curiosos” – me dijo en tono casi imperceptible.

Retorné, al todavía humeante ómnibus del tipo Camberra, para observar más detenidamente entre los hierros retorcidos. Fue entonces que descubrí la tragedia. Los cuerpos calcinados de las personas se amontonaban en las partes delantera y trasera del mismo. Una escena increíble tenía ante mis ojos.

Vinieron médicos forenses de Santiago de Cuba y otras partes de la región oriental para trabajar, durante toda la noche, en la identificación de los cadáveres. Igualmente un grupo de operarios y albañiles laboraban intensamente, en el Cementerio Norte,  para construir el panteón colectivo donde se depositarían los restos mortales.

“Perdieron la vida 34 personas en el lamentable accidente ocurrido en la carretera Tacajó-Banes” – titulaba el periódico local y añadía:

“Nuestra región fue hondamente conmovida el sábado día primero de julio con el trágico accidente que se produjo en horas de la tarde y cuyas consecuencias fueron tales que causaron la muerte a 34 personas y otras heridas más, entre ellos niños, hombre y mujeres, casi en su totalidad vecinos de los distintos municipios aledaños.

“El sepelio de estas víctimas tuvo lugar el domingo por la mañana, constituyendo una gran manifestación de duelo” – escribió Cristina Aguilera Asencio, directora del Semanario, al referirse al suceso, del cual se cumplen 51 años este primero de julio del 2023, y que constituyó una catástrofe que conmovió al oriente cubano y al país.

Por Alberto Santiesteban Leyva

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