Inteligencia Artificial, ChatGPT, Cerebro, Deuda Cognitiva

Inteligencia Artificial, el reto de seguir pensando

En noviembre de 2022 se lanzó al público ChatGPT, una inteligencia artificial (IA) que sorprende por su capacidad de mantener «conversaciones» con los seres humanos y es capaz de interactuar, generar imágenes, textos, presentaciones y otros medios utilizando para ello instrucciones dadas por los usuarios. A partir de ese momento versiones más actualizadas que intentan imitar el funcionamiento del cerebro se suceden vertiginosamente.

Esta tecnología realiza disímiles funciones. Por ejemplo, si se desea conocer los aspectos fundamentales de un artículo extenso puede resumirlo en segundos, igual de rápido puede traducir textos, al crear presentaciones es capaz de combinar texto e imágenes de una manera elegante y eficaz en unos pocos minutos.

La IA se ha convertido en una presencia estructural en nuestras vidas. En apenas unos años ha pasado de ser una herramienta especializada a ser una tecnología cotidiana que invade nuestras rutinas personales, laborales y educativas. Hoy no solo está en las grandes empresas, se encuentra en los hogares, en los móviles, en las aulas, en los hospitales y en las conversaciones diarias. Su alcance es tan amplio que, de una u otra forma, millones de personas interactúan con ella cada día, a menudo sin ser plenamente conscientes de ello.

El uso doméstico de la inteligencia artificial se ha normalizado a una velocidad sorprendente. Uno de cada tres usuarios la emplea dentro del hogar para tareas cotidianas como buscar información, aclarar dudas, recibir consejos personalizados o ayuda en la redacción de textos. De hecho, más del 70 por ciento de las interacciones con ChatGPT son no laborales, lo que confirma que su uso no responde solo a necesidades de productividad sino a una integración profunda en las dinámicas personales. Entre los adolescentes también se ha disparado, uno de cada cuatro empleó ChatGPT para tareas escolares en 2024, el doble que en 2023. Entre los universitarios la mitad reconoce usarlo para mejorar la calidad de sus trabajos académicos.

La IA responde a tres grandes demandas universales: rapidez, eficiencia y optimización de recursos, es indudable que ofrece múltiples ventajas a la sociedad. A pesar de sus beneficios también presenta desventajas, sobre todo si se usa de manera indiscriminada. Por ejemplo, se puede originar una delegación excesiva de nuestras habilidades cognitivas.

Inteligencia Artificial, ChatGPT, Cerebro, Deuda Cognitiva
Los adolescentes están cada vez más familiarizados con ChatGPT y lo utilizan para realizar sus tareas escolares. Foto: Freepik

Pensar de manera más compleja requiere aprendizaje y entrenamiento

Ser capaz de pensar de manera más compleja, favoreciendo el razonamiento y el pensamiento crítico y flexible depende en parte del nivel de entrenamiento previo. A pensar se aprende. Esta capacidad, como cualquier otra, se mantiene y mejora practicando. Pensar, incluso por atajos o heurísticos, requiere esfuerzo, por lo que se pudiera concluir que resulta seductor delegar en otro las tareas que requieren pensar. Sin embargo, sucumbir a la tentación de delegar funciones mentales superiores no es gratis, tiene su costo.

Consecuencias de delegar las capacidades cognitivas a la IA

Existen muchos artículos científicos que tratan este asunto. El pasado año 2024 la Real Academia Nacional de Medicina de España avisó de que el uso excesivo de la inteligencia artificial debilita nuestra memoria, reduce la capacidad para pensar críticamente y resolver problemas de manera independiente. También en 2024 se publicó un estudio en la revista Cognitive Research, de Macnamara y colaboradores, el mismo concluyó que las personas expertas en una materia pueden perder gradualmente sus habilidades cognitivas al recurrir a la IA para tomar decisiones.

Por último quiero referirme a un artículo publicado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en este mismo año 2025. En él se presentan los resultados de una investigación que compara tres grupos de estudiantes universitarios que se diferencian en la forma en que realizan la tarea de redactar un artículo de opinión breve. El primero de los grupos solo usó su cerebro para realizar la tarea, el segundo solo realizó búsquedas clásicas en Internet (por ejemplo, con Google), y el último solo empleó la IA.

Tras analizar los datos obtenidos a través de electroencefalografía (EEG), los autores observaron que el cerebro del tercer grupo, el que solo usó la IA, se activaba menos, es decir, que las neuronas se encontraban menos conectadas y como consecuencia el flujo de información era menor y la memoria menos activa.

El concepto central que plantea el estudio es el de deuda cognitiva, un costo mental acumulativo que se presenta cuando evitamos el esfuerzo de pensar, escribir o resolver por cuenta propia, ello genera repercusiones a futuro: menor memoria, pérdida de creatividad, dificultades para desarrollar ideas propias o para apropiarse de los textos producidos.

Al comentar sobre estos hallazgos no pretendo demonizar el uso de la inteligencia artificial, sino invitar a una reflexión crítica sobre cómo y cuándo la usamos. Según los autores el orden importa: pensar primero con el propio cerebro y luego usar IA como apoyo puede preservar la actividad cognitiva. En cambio, dejar que la tecnología genere el contenido y nosotros apenas editemos nos pone en deuda con nuestras propias capacidades mentales.

La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero como toda herramienta poderosa, necesita ser usada con criterio y conciencia. El desafío no es evitarla, sino integrarla sin anular nuestra propia actividad mental. Pensar primero, escribir con nuestras palabras, y solo después dejar intervenir a la IA: esa podría ser la mejor forma de evitar que el atajo se convierta en un desvío.

La deuda cognitiva revela el reverso de la revolución de la IA. Mientras celebramos su capacidad para acelerar tareas y simplificar la complejidad tengamos presente que cuanto más delegamos en ella menos ejercitamos las capacidades que definen nuestra humanidad intelectual. La relación entre inteligencia humana e inteligencia artificial es una relación moldeable, profundamente dependiente de cómo decidamos incorporar la IA en nuestras prácticas mentales.

Inteligencia Artificial, ChatGPT, Cerebro, Deuda Cognitiva
El Pensador con una laptop MacBook. Imagen generada por IA inspirada en “El pensador”, una de las esculturas más famosas del francés Auguste Rodin. Foto: Archivo

La tecnología por sí sola no deteriora la cognición, es el uso acrítico, la delegación prematura y la aceptación automática de sus respuestas lo que activa esta tendencia hacia la erosión del pensamiento crítico, la atención y la autonomía intelectual. Los riesgos son evidentes y pueden desembocar en una sociedad donde el pensamiento profundo se vuelva excepcional, la creatividad sea menos diversa y el juicio individual quede subordinado a sistemas que muchos no comprenden. Lo que hoy se aprecia en individuos puede convertirse en un fenómeno colectivo.

Si esta trayectoria continúa sin correcciones, el futuro que se dibuja es un ecosistema cognitivo más estrecho y automatizado, en el que la IA actúa como primera instancia de pensamiento y no como herramienta para expandirlo.

Esta problemática nos debe llevar a preguntarnos si queremos una IA que piense por nosotros o que nos obligue a pensar mejor.

Si buscamos respuestas rápidas, eso nos dará, si evitamos el esfuerzo, reforzará esa evitación. Pero si la usamos como un socio intelectual exigente, uno que amplifica nuestras habilidades, que nos reta y que nos complementa, entonces podremos expandir nuestras capacidades a niveles que hoy apenas intuimos. Solo así podremos aprovechar su potencial sin acumular esa deuda cognitiva que, de otro modo, acabarían pagando las generaciones futuras. El verdadero reto no es adoptar la IA, el reto es seguir pensando.