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Foto: Yenisel Elcea Olbine

Luz María Enríquez Ferrer, una vida dedicada a la enseñanza

En el marco de la celebración del Día del Educador en Cuba, cada 22 de diciembre, recordamos a aquellos hombres y mujeres que respondieron al llamado de la Revolución para forjar el futuro. Luz María Enríquez Ferrer, una holguinera de voz serena y convicciones firmes, fue una de ellas. Con apenas 14 años en 1966, partió hacia las montañas de la Sierra Maestra, en Santiago de Cuba, para formarse como maestra Primaria en un contingente histórico. Hoy, su historia es un testimonio vivo de sacrificio, amor a la profesión y una fe inquebrantable en el poder transformador de la enseñanza.

“Esto fue una idea de Fidel”, comienza recordando los orígenes de su vocación. “Cuando el país se quedó sin maestros, Fidel convocó para formarlos y se creó este centro vocacional. Yo subí en el tercer contingente con 14 años. Mi papá no me quería dejar ir, pero allí estuve”.

Su relato transporta a aquella escuela en Minas del Frío, un vasto terreno donde convivían miles de jóvenes de todas las provincias. “La matrícula de mi contingente era de unos nueve mil estudiantes”, precisa. Las condiciones eran extremas, una prueba de fuego. “Dormíamos en hamacas, amarrábamos aquí, amarrábamos allá. La escasez de agua era tan grande que el baño era un día sí y un día no. Pero éramos conscientes de que estábamos allí para algo grande”.

La formación académica, sin embargo, no se detenía. Con recursos mínimos, las clases se impartían a la intemperie. “Los varones, en la montaña, cortando palos, hicieron mi aula.

Cada uno inventó su asiento. Yo, recostada a la tierra de la misma loma, fui sacando un espacio y me acomodé ahí”. A pesar de todo, el proceso docente era riguroso. “Recibíamos Español, Matemática, Biología, Geografía… El objetivo era claro: prepararnos como maestros. Allí, bajo las nubes, aprendí que la voluntad es el primer material pedagógico”.

Esa etapa, marcada por duras pruebas y por actos de terrorismo que sembraban el miedo entre los estudiantes, terminó por definir su resiliencia. “Hubo noches de mucho terror… gritos, confusión, y nos tenían de pie, cantando himnos patrióticos hasta la madrugada. Pero también estaban los discursos de Fidel, que escuchábamos con devoción, a veces hasta las dos de la mañana. Todo eso, aunque muy duro, forjó en nosotros un coraje especial. La valentía de los que nos mantuvimos era un acto de convicción. Nos necesitaban”.

“Del Makarenko a la prisión: cada aula fue una lección de vida”

Tras la Sierra, su formación continuó en el Instituto Antón Makarenko, en Tarará, Varadero. “Allí fue otra vida, pero igual de disciplinada. Teníamos que marchar como militares para ir al docente. Éramos casi cadetes”. Fue allí donde consolidó su perfil como profesora de Historia, una asignatura que siente como una misión. “Me gustaba la Historia, me preparé y empecé a dar clases. Ese instituto me dio la estructura, la metodología; todo lo que aprendí allí me sirvió para el futuro”.

Su carrera la llevó por diversos frentes: la enseñanza primaria, la secundaria básica, la emblemática Escuela Vocacional de Holguín, el Politécnico de la Salud y, finalmente, un desafío profundamente humano: la Prisión Provincial.

“Ahí tengo cualquier cantidad de experiencias”, afirma, y su mirada se llena de una intensidad especial. “Trabajé con reclusos. Para mí fue un medio distinto, pero todo ese proceso, cada aula, me convirtió en más cubana, en más humana”. Narra el caso de un joven que, bajo su tutoría, descubrió la enseñanza. “Se convirtió en mi apoyo, estudiaba historia, aunque decía no saber nada… y llegó a dar clases él mismo. Verlo transformarse, asumir la responsabilidad, fue ver cómo la educación fortalece los valores incluso en las circunstancias más complejas”.

Para Luz María, la satisfacción mayor llega en el reconocimiento de sus alumnos, muchos años después. “No hace ni dos meses, un antiguo alumno de la vocacional me paró en la calle. Me dijo: ‘Profe, usted no tiene idea de cómo yo la admiro. Cada vez que hablo con un joven les digo: si ustedes hubieran tenido los maestros que nosotros tuvimos, quisieran más la Patria’”. Y concluye, con emoción contenida: “Eso no tiene precio. Es la confirmación de que valió la pena”.

Para Luz María, el significado de su oficio trasciende lo profesional. En su mirada, ser maestra había sido la tarea constante de tallar la materia humana día a día. Cada alumno que pasó por su vida,ya fuera en una humilde escuela primaria, en la exigente vocacional o incluso tras las rejas, son un recordatorio de que se puede sembrar conciencia, responsabilidad y patriotismo. “Ese es el verdadero poder del educador: ver a una persona redescubrir su valor y su amor por la Patria a través del conocimiento”.

Al preguntarle por el mensaje para las nuevas generaciones, su voz se llena de un urgente llamado: “Hoy más que nunca Cuba necesita maestros. No les digo que será fácil, porque nunca lo fue. Les digo que será la tarea más útil de sus vidas. Estudien, prepárense, sean esos profesionales dignos y revolucionarios que transforman vidas y defienden la soberanía desde el aula. En sus manos estará el futuro que nosotros comenzamos a construir aquí, en la Sierra, con un lápiz y un cuaderno”.

Con la paz de quien ha cumplido, Luz María Enríquez Ferrer mira hacia atrás sin un ápice de duda. “Si la vida me diera a escoger de nuevo, tomaría el mismo camino. Con sus dificultades, con sus noches largas, con todo. Porque esta profesión no me dio riquezas materiales, pero me llenó la vida de una riqueza que perdura: el respeto de mi pueblo y la certeza de haber servido”.