Rubén Martínez Villena, poeta cubano

Villena y la ética de la inconformidad

Nació un 20 de diciembre de 1899, en Alquízar, cuando la República apenas era una semilla que comenzaba a germinar y la guerra recién terminada seguía latiendo en el imaginario de toda la nación. Aquel niño de rostro claro y vocación temprana por los libros se llamaría Rubén Martínez Villena, y su destino sería el de quienes no se conforman.

Creció entre lecturas precoces y el ambiente de una Isla que estrenaba independencia a medias, marcada por la injerencia extranjera y por políticos capaces de hipotecar la patria a cambio de prebendas. A los once años ya escribía versos, pero lo que veía en las calles de La Habana, donde se trasladó para estudiar, le enseñó otras letras de desigualdad, corrupción y el cansancio de un pueblo.

El bachiller aplicado que ingresó en la Facultad de Derecho pronto descubrió que las leyes podían servir tanto para amparar a los débiles como para justificar los atropellos de siempre. La ciudad, con sus cafés literarios y tertulias, le ofreció un territorio para el debate, mientras la República se le mostraba burocrática, dispuesta a vender conventos, calles y dignidades al mejor postor.

Por eso, el 18 de marzo de 1923, la escena en la Academia de Ciencias fue el resultado de un largo malestar. Mientras el secretario de Justicia pronunciaba un discurso ceremonioso, la voz de Rubén se alzó desde el público para interrumpirlo, cuestionar su autoridad moral y denunciar el negociado del convento de Santa Clara, comprado fraudulentamente por el gobierno de Alfredo Zayas. 

Aquella Protesta de los Trece, como quedaría registrada en la historia, rompió con todo lo escrito y consagró a un puñado de jóvenes intelectuales que decidió dejar de murmurar en los pasillos para hablar de frente. Desde ese día, Rubén dejó de ser un simple poeta prometedor para convertirse en símbolo de una generación inconforme, capaz de desafiar a ministros y presidentes desde la ética de la palabra limpia. 

La llegada de Gerardo Machado al poder endureció el clima político y le marcó un rumbo definitivo. En la medida en que la dictadura mostraba su rostro represivo, Rubén se fue inclinando hacia posiciones más radicales, hasta ingresar, en 1927, en el recién fundado Partido Comunista, casi como quien firma un acta de renuncia anticipada a cualquier comodidad. 

El 20 de marzo de 1930 fue la prueba de fuego. Ese día se produjo la primera huelga política de la historia de Cuba, que paralizó buena parte del país durante más de 24 horas y demostró que la tiranía de Machado podía tambalear si se unían los brazos del trabajo con las ideas de la vanguardia revolucionaria. Detrás de esa jornada decisiva estuvo el empuje de Rubén, ya enfermo, pero empeñado en que el sacrificio individual valía menos que la posibilidad de una República distinta.

Mientras tanto, el enemigo silencioso avanzaba. La tuberculosis, que ya le había minado fuerzas, lo obligó a salir de Cuba, a peregrinar por Estados Unidos y a terminar, casi como un personaje de novela, internado en un sanatorio del Cáucaso soviético, buscando en el clima frío una oportunidad de vida que los médicos no llegaron a garantizar. 

Cuando le dijeron que el desenlace era inevitable, Rubén tomó una decisión que resumía su carácter: regresar. Quiso volver a la Isla y entregar lo que quedaba de su energía a la lucha contra la dictadura, aun sabiendo que ese viaje de retorno era también un viaje hacia la muerte. 

Desde la sombra de casas discretas y reuniones breves, aportó a la preparación de la huelga general de agosto de 1933, que sería uno de los detonantes de la caída del régimen. Mientras el país hervía, Rubén se consumía entre accesos de tos y tardes agotadoras, como si cada respiración fuese también un acto de voluntad política. 

Solo cuando la tensión disminuyó le fue posible ingresar en el sanatorio La Esperanza, en La Habana, donde la tuberculosis terminó de cobrar su precio. Murió el 16 de enero de 1934, con apenas 34 años, dejando una obra poética breve, una trayectoria política intensa y una estela de preguntas que todavía interpelan a quienes se acercan a su biografía.