Desde el 10 de noviembre y hasta el próximo 21, Brasil es el epicentro del debate climático mundial con la celebración de la XXX Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima (COP30).
Este evento se desarrolla en un contexto de temperaturas globales récord, un aumento sostenido de las emisiones de gases de efecto invernadero y tensiones internacionales que dificultan la cooperación necesaria para enfrentar la crisis climática.
La cita se produce en un escenario de intensas discusiones que abarcan desde la reducción de emisiones hasta la protección de bosques y el fortalecimiento de la financiación para la adaptación y sistemas de alerta temprana.
Sin embargo, a pesar del clamor de pueblos indígenas amazónicos, la sociedad civil y los países en desarrollo, de momento los acuerdos concretos brillan por su ausencia, dejando más interrogantes que respuestas en un período crítico para el planeta.
Este contexto cobra especial relevancia al considerar los recientes desastres naturales que han sacudido al mundo, desde incendios forestales devastadores por la intensa sequía, en contraste con inundaciones catastróficas en otras regiones del mundo, evidencia innegable de los efectos del cambio climático.
En el caso de Cuba, el territorio nacional enfrenta estos diferentes eventos climatológicos. Se libra una lucha constante por mantener el abasto de agua a la población y apagar incendios forestales de diferentes magnitudes durante los últimos meses, y su contraparte con el huracán Melissa y las intensas lluvias asociadas a su paso: deslizamientos de tierra, ríos desbordados y comunidades enteras incomunicadas por la altura de las aguas.
Este contexto sirve de recordatorio escalofriante de la vulnerabilidad de las naciones, como la nuestra, frente a fenómenos meteorológicos extremos.
La isla, afectada por la escasez de recursos económicos, se ve obligada a enfrentar no solo la recuperación de las infraestructuras, sino también a velar por el cumplimiento de la Tarea Vida, plan del Estado para el enfrentamiento al cambio climático, ante un futuro donde tales eventos se vuelven más frecuentes e intensos.
La falta de acuerdos concretos en la COP30 alerta sobre la necesidad de que este tipo de eventos sea más que un foro de discusión, un catalizador para acciones decisivas y urgentes.
La comunidad internacional no puede permitirse otro año de promesas vacías mientras el planeta sigue sufriendo las consecuencias de nuestra inacción.
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