Dicen que a río revuelto, ganancia de pescador. Pero tras el paso devastador de Melissa, una pregunta crucial se eleva sobre el lodo y los escombros: ¿quién es el río y quién es el pescador en la ciudad de Holguín?
Los cubanos, y en especial los orientales, tenemos la solidaridad grabada en el ADN. Es una fuerza que brota inmediatamente, una mano tendida sin dudar. Sin embargo, duele admitir que siempre existe un porcentaje que ve en la desgracia ajena una oportunidad para lucrar. Y hoy quiero hablar precisamente desde ese sentimiento que nos embarga al ver a un cubano abusar de otro.
Melissa se llevó techos, inundó hogares y dejó familias a la intemperie. Pero no se llevó consigo los cartones de huevos almacenados, los pomos de aceite o los plátanos ya recolectados. Aún no han bajado del todo las aguas, y ya los precios se han disparado como un segundo huracán: el cartón de huevos a 5500 pesos, el aceite a 1200, el saco de carbón a 5000, un solo plátano a 120 pesos.
Este es el verdadero huracán que enfrentamos. No basta con la lucha titánica de reconstruir lo perdido; ahora el sufrimiento se multiplica porque muchas familias no tendrán qué comer. Una emergencia natural ha sido perversamente convertida en una crisis para los bolsillos de todos, aprovechando que las fuerzas colectivas están enfocadas en levantar, rescatar y salvar, en lugar de poder controlar estos precios desmedidos y abusivos.
No vale el argumento de la dificultad para obtener los productos. Las condiciones de importación no han cambiado de la noche a la mañana, el precio del dólar, aunque exorbitante, se mantiene. Aquí no rige la ley de la oferta y la demanda, sino la de la conciencia, o la falta de ella. Es una cuestión de respeto hacia el propio cubano, hacia el holguinero que hoy está vulnerable.
Sabemos, y agradecemos, que los órganos de control también están dando su brazo a torcer en la recuperación, pero su labor es fundamental ahora en el freno a esta especulación. No podemos permitir que el dolor se convierta en negocio.
No solo es crucial en estos momentos ofrecer ayuda para cargar lámparas y celulares, elementos tan imprescindibles para la comunicación y la supervivencia. Ahora, más que nunca, necesitamos la solidaridad activa de los dueños de negocios, grandes y pequeños. No es momento de enriquecerse con el dolor y el hambre de las familias.
Es tiempo de ser solidario desde tu trinchera: si tu frente es en las labores comunales, sal a recoger escombros.
Si eres médico o personal de salud, ayuda con la mejor de tus sonrisas y tu profesionalidad, y si tu labor es vender huevos, plátanos, carbón o pollo, no dupliques su valor injustamente. Hay muchas familias que no podrán pagarlo, y ellas también tienen derecho a comer.
La verdadera recuperación no solo se mide en techos reparados, sino en la capacidad de no dejar a nadie atrás. Que nuestra solidaridad, la de verdad, sea el dique que contenga esta otra tormenta.
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