Este 20 de octubre, el mundo se rinde ante el ingenio, la pasión y la técnica de quienes transforman ingredientes en cultura y arte: los chefs. El Día Mundial del Chef, instaurado en 2004 por la Asociación Mundial de Sociedades de Chefs (Worldchefs), no es solo una fecha para celebrar la gastronomía, sino también para honrar a los guardianes de las tradiciones culinarias y promotores de hábitos saludables a nivel global.
Un chef no es solo un cocinero; es un líder, un maestro, un investigador y, sobre todo, un narrador de historias a través del sabor.
Sin embargo, hablar del chef en Cuba obliga a ir más allá del brillo internacional y adentrarse en la cruda realidad del fogón insular. Para los profesionales de la cocina en Holguín, y en toda la isla, la travesía es un ejercicio diario de resiliencia y creatividad forzosa.
Desde sus inicios, el camino de un aspirante a chef cubano está sembrado de desafíos que van desde la carencia de una base de insumos estable hasta la necesidad de suplir con ingenio lo que el mercado no ofrece.
La formación, aunque valiosa, a menudo choca con la realidad de una economía que padece un crónico déficit de oferta. ¿Cómo aplicar técnicas de alta cocina cuando la disponibilidad de productos básicos —como harinas, cárnicos o aceites— es intermitente o nula?
El chef cubano se convierte en un maestro de la cocina de aprovechamiento, un alquimista que debe «transformar lo que hay» en platos dignos, reinventando recetas tradicionales con sustitutos inesperados. Como bien se dice en la calle, el verdadero arte culinario en Cuba es el de «inventar».
Esta situación impacta directamente en el panorama laboral. En el sector estatal, las limitaciones salariales y la rigidez en la gestión de los recursos empujan a muchos talentos a buscar nuevos horizontes. Es aquí donde emerge el sector particular, los restaurantes y «paladares» privados, como un imán que atrae a los mejores cocineros.
El empleo en este sector particular ofrece salarios notoriamente superiores a los estatales, una recompensa monetaria vital para el profesional en la Cuba de hoy. No obstante, esta «libertad» viene acompañada de su propio conjunto de problemas. Aunque el pago sea mejor, no es raro que estos espacios exijan jornadas de trabajo extenuantes, en ocasiones explotando la necesidad económica del trabajador.
El chef se encuentra ante un dilema: aceptar condiciones laborales más demandantes en el sector privado para garantizar un sustento decente, o permanecer en el sector estatal con mejores garantías, pero limitado por un salario insuficiente.
A pesar de las penurias, de los apagones inesperados que obligan a improvisar con carbón de marabú o leña, y de tener que empezar una receta sin saber si se podrá terminar con el ingrediente deseado, el chef cubano persiste.
Su labor es invaluable. En un contexto de crisis, es el cocinero quien no solo alimenta, sino que también protege la identidad cultural del país. El chef es el nexo con el patrimonio gastronómico, adaptándolo para que sobreviva en medio de las restricciones, y a la vez, el motor que impulsa la tímida, pero creciente, marca gastronómica cubana.
Hoy y mañana, en el Día Mundial del Chef, nuestro reconocimiento va para estos héroes del fogón, especialmente para los de Holguín y Cuba, cuya dedicación y creatividad demuestran que, aun con las mayores escaseces, la pasión por el buen gusto no se extingue. Ellos son la prueba viva de que la cocina, más que una profesión, es un acto de amor y resistencia.
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