El sistemático hurto de bancos y metales que desvalija los parques de la ciudad de Holguín es un mal que afecta a múltiples áreas de esparcimiento y refleja la vulnerabilidad de la propiedad social ante la falta de mecanismos de protección.
La Ciudad de los Parques enfrenta un silencioso y preocupante desangramiento de su patrimonio social y cultural. En los últimos meses, se ha registrado un incremento alarmante del robo y destrucción de bancos y otros elementos metálicos en espacios públicos.
El robo de bancos para el desguace y comercialización ilegal de sus metales es un fenómeno que, lejos de ser aislado, preocupa y requiere de una respuesta integral.
El deterioro no se limita a un solo lugar. Un recorrido por la ciudad situada en la región oriental del país, permite constatar las cicatrices de este flagelo.
El Parque de las Flores, el Parque San José y el parque del Policlínico Díaz Legrá figuran entre los más afectados, donde estructuras de aluminio y bandas de hierro han sido arrancadas de cuajo.

Asimismo, el Parque Infantil ha visto desaparecer sus bancos y rejas, mientras que en el parquecito del Reparto El Quijote y en la obra «Los Tiempos» —homenaje al maestro Cosme Proenza— el alumbrado y otros componentes han sido vandalizados.
Esta problemática trasciende los parques y se extiende a otras instalaciones de uso colectivo. Un ejemplo elocuente es el área deportiva del Ateneo Fernando de Dios, donde han desaparecido puertas, ventanas y tasas sanitarias, dejando solo las estructuras de concreto.

¿Dónde quedó el eslabón protector?
Ante esta situación, surge una pregunta inevitable: ¿Qué mecanismos existen para proteger estos espacios? Históricamente, figuras como los cuidadores de parques cumplían un rol esencial en su preservación y vigilancia.
Sin embargo, debido a las limitaciones presupuestarias en la Dirección Municipal de Servicios Comunales, este eslabón clave en el cuidado se ha debilitado notablemente, dejando a las áreas verdes en un estado de vulnerabilidad.
Esta situación objetiva ha creado condiciones que son aprovechadas por individuos inescrupulosos, cuyo accionar daña el bien común. Sin embargo, es imprescindible señalar que la solución no recae únicamente en la asignación de recursos, siempre compleja en el contexto del bloqueo económico y financiero que sufre nuestro país.
Resulta contradictorio que el ahorro presupuestario generado por la eliminación de estos salarios, a la larga, pueda traducirse en un gasto muy superior para el erario público, destinado a la reparación, reposición y mantenimiento de los daños causados.
La economía planificada debe prever que la prevención es siempre más rentable que la corrección. Ante este escenario, cabe entonces preguntarse: ¿Cuál es el destino de los parques en Holguín? La respuesta no puede ser la resignación.

El maltrato a la propiedad social no es un asunto aislado. No obstante, su impacto trasciende lo material: afecta directamente la calidad de vida de las familias, limita el derecho al esparcimiento sano y debilita el sentido de pertenencia, uno de los valores fundamentales de nuestra sociedad.
Los parques son el salón de la ciudad, el reflejo de su salud cívica y espacios vitales para el encuentro, la cultura y la recreación familiar. Permitir su deterioro no es una opción. La batalla por los parques de Holguín es, en esencia, la batalla por preservar el sentido de comunidad y el decoro de una ciudad que se precia de su hospitalidad.
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