Cuando consultó el saldo de su tarjeta y se dio cuenta de que había pasado de un mes para otro con 900 pesos, Alba no podía creerlo. Aquello era un hecho inusitado, nunca su salario se había estirado de tal manera, ni siquiera en los primeros meses de aquel aumento que se perdió en su memoria.
Lo revisó varias veces, hasta que Transfermóvil cortésmente no le permitió continuar. Quería asegurarse de que en verdad los tenía. Y sí, aquello era cierto. Enseguida, orgullosa de su logro, llamó a familiares y amigos para presumir sus dotes de economizar.
Ellos la escucharon asombrados y con cierta envidia, pues sus salarios no se habían comportado con igual permanencia. Los inicios de mes siempre eran duros para esta holguinera soltera y madre de dos hijos, pues siempre había un tiempo muerto entre finales de mes y el día del pago.
Pero este octubre comenzó diferente. El cobro estaba a las puertas y con el dinero que le quedaba podía comprar algo que les permitiera estirar su alimentación un día más. Al abrir el refrigerador lo tuvo claro: me quedan tres perros calientes —se dijo— así que buscaré un pomo de aceite.
Antes de salir fregó el sartén, para que solo fuera llegar y freír, y cogió rumbo hacia las mipymes en busca del preciado producto. En la primera a la que entró había, pero, según la dependienta, no estaba el dueño para aceptar las transferencias.
No se desanimó, aquel era un día memorable y no lo echaría a perder siendo pesimista. En la segunda, solo por EnZona; en la tercera, solo por EnZona. Decepcionada, cerró su Transfermóvil y siguió su camino. Los errores de la bancarización no podrían con ella.
Siguió caminando, anduvo mucho bajo el violento Sol de la ciudad. Al fin, dio con una y ahí estaba su pomo de aceite y el anhelado QR para el pago en línea. Volvió a sentirse feliz y a confirmar que aquella era una buena mañana. A pesar de la fatiga, había logrado su objetivo.
Sin embargo, al preguntarle a la dependienta todo se derrumbó:
—Señora, ese QR es para las trasferencias, pero los lunes no aceptamos. Además, no hay corriente y los mensajes no llegan— dijo aquella muchacha a una desconcertada Alba, que no entendía de días, apagones o transacciones denegadas: solo quería un pomo de aceite.
Cabizbaja, desistió de su cometido y fue rumbo a casa. Cuando pensó que ya no tendría chance de emplear aquellos 900 pesos en la comida de hoy. Pasó por un sitio en el que no había aceite, pero sí el QR correcto para los comercios y un señor muy amable que le confirmó la posibilidad de pagar en línea.
Nunca nadie había sentido tanta alegría al comprar una lata de puré de tomate. ¡Incluso le había sobrado dinero! Cualquiera pensaría que aquello era algo poco importante, pero para esta holguinera era una victoria personal, en tiempos de violaciones de derechos al consumidor.
Por eso, sonriente, llegó a su cocina, prendió el fuego, puso el sartén, se giró hacia sus hijos y exclamó: Niños, ¡hoy comemos perritos en salsa!
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