En el silencio de la noche, cuando la ciudad comienza a calmarse y todo parece apuntar al descanso, son muchos los que permanecen despiertos, con los ojos fijos en una pantalla. Pasan los minutos, a veces las horas y el sueño no llega. Navegan por redes sociales, responden mensajes o ven un capítulo más de la serie o novela de turno. El reloj avanza sin tregua, pero el cuerpo y la mente siguen activos, producto de un sueño postergado.
Este fenómeno, cada vez más común, ha recibido el nombre de insomnio por estimulación mental tardía. No se trata simplemente de «trasnochar», como afirman algunos para restarle importancia, sino de un trastorno del sueño, un problema de salud vinculado al uso excesivo de dispositivos tecnológicos durante la noche, que afecta tanto la cantidad como la calidad del descanso.
Nuestro cerebro tiene un ritmo natural, un reloj propio llamado «circadiano», que regula cuándo debemos estar despiertos y cuándo corresponde dormir. Sin embargo, este ciclo se ve influenciado por la luz, especialmente la luz azul que emiten los dispositivos electrónicos. Cuando usamos celulares, computadoras o tabletas hasta altas horas de la noche, engañamos a nuestro cerebro: le estamos diciendo, sin querer, que aún es de día. Como resultado, se reduce la producción de melatonina, la hormona que nos ayuda a conciliar el sueño.
Pero no es solo cuestión de luz. En este fenómeno también interviene la estimulación cognitiva: las redes sociales nos mantienen alertas, los videojuegos nos activan emocionalmente, los mensajes nos generan expectativa. Todo esto hace que, al intentar dormir, nuestra mente siga funcionando a toda velocidad, repasando lo visto y lo leído. Así, el cuerpo está en la cama en un aparente reposo, pero la cabeza sigue conectada.
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Las consecuencias van más allá del cansancio. El insomnio sostenido afecta la memoria, la concentración, el estado de ánimo y la salud en general. Dormir mal altera nuestras emociones, debilita el sistema inmunológico e incluso puede favorecer enfermedades crónicas si se prolonga en el tiempo.
Contrario a lo que podría pensarse, ante esta situación afloran varias soluciones. Basta construir una rutina nocturna que favorezca el sueño, lo prepare y lo respete. Una de las claves es establecer una «hora digital cero» que algunas plataformas, como Instagram y Telegram, han añadido: un momento del día, idealmente una hora antes de dormir, en el que apagamos pantallas y nos desconectamos de la estimulación virtual. En su lugar, podemos incorporar hábitos que relajen el cuerpo y la mente.
También valdría la pena revisar nuestros hábitos diurnos. Evitar la cafeína por la tarde, hacer ejercicio físico durante el día y exponernos a la luz natural ayuda a regular el mencionado «reloj interno». Y, sobre todo, debemos entender que descansar bien no es un lujo, sino una necesidad básica, al mismo nivel que alimentarnos o respirar.
En una rutina que no se detiene y donde siempre hay algo nuevo por mirar, leer o responder, separar tiempo para descansar se ha vuelto un acto de rebeldía, una pausa consciente, un derecho de nuestro organismo que debemos defender, pues solo cuando aprendemos a cerrar los ojos con calma, podemos abrir el día siguiente con verdadera claridad. Apagar el celular antes de dormir no significa desconectarnos del mundo, sino reconectarnos con nosotros mismos. Y ahí radica, quizás, el verdadero descanso.
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