Compuesta por 29 fotos, realizadas a modo de autorretrato, con la participación de nueve actores que simulan, en distintos escenarios y contextos, una relación con los abuelos que ella nunca tuvo, Moník Molinet presenta la muestra “Abuelos y abuelas prestados”, donde explora los límites entre la realidad y el performance, guiada por la pregunta constante de cuánto puede reconstruir el arte y si acaso las memorias que nunca existieron en realidad pueden crearse a trozos de cuentos.
“Abuelas y abuelos prestados es un proyecto de autorretrato en donde recreo escenas familiares en el espacio doméstico de actores y actrices para crear una memoria inexistente para mí: la relación con mis abuelas y abuelos” expone la artista en la carta de presentación de la obra en redes sociales, donde la encontré bajo el usuario @lapistolademonik. En físico, la exposición forma parte de la Bienal de La Habana, dónde estará hasta este 28 de febrero, en el Malecón Art 255. Ha sido galardonada a nivel internacional en Innovate Grant 2024 y, en la Bienal, se presenta como el debut de la artista.
Aunque es la primera vez que visito una exposición sin salir del rincón en donde queda mi casa, la muestra de Molinet toca de cerca. Los rostros no son familiares, pero podrían serlo.
Moník pide prestado el recuerdo en toda su magnitud: por la imagen, regresa el tacto de los manteles, el olor de las cocinas viejas, el sonido de la risa calmada. Lo primero que me llamó la atención fue la mirada sobre la cámara, directa hacia mí, rompiendo esa cuarta pared que la buena fotografía sabe quebrar. Lo segundo, la brillantez de la idea.
El que Moník haya podido hacer lo que a veces me pasa por la mente, en esos ratos sencillos que pido que sean eternos y que el alma no sabe fotografiar. Moník, sin sus abuelos, pudo capturar la cercanía de los míos.
Lo conformó con las memorias que le prestaron amigas. Supongo que alguna le contó de estos ratos sencillos: de despertarte entre tus abuelos, en el calor insoportable del verano, pero sin querer estar en otro lugar.
El de asomarte en la cocina y que te espanten con un chasquido, pero después te llamen para probar. El de poner la mesa bajo la mirada atenta de quien te enseña, que te digan que nunca nadie lo había hecho mejor, pero lo hagan bien cuando te vas. El de sujetar la mano para que se siente con cuidado. El de sujetar la mano para que se despida. El de sujetar, bien, muy bien, para que nunca esté solo. Supongo que para ello escuchó bien. De otras, dice que nacieron a partir de la proyección de un anhelo personal.
Es algo así lo que la artista logra con ello. No pierde el sentido con la realidad social, por supuesto: la exposición de la obra será sitio de recaudación de donativos que serán llevados a las casas de abuelos, gracias a una colaboración con el Centro Martin Luther King. El mensaje que transmite también posee su valor social, el de preservar la memoria y cuidado de los mayores. El cultural, ese que deviene de representar una casa verdadera, una sala, una cocina, un patio real. El tuyo o el mío. El de ella.
Moník Molinet no enmascara el recuerdo. Lo muestra como es. Como debe ser. Sin vergüenza, sin saber de quien, sin recordar el nombre de aquel cuento. Moník expone lo que no conoce. Y esa historia, aunque prestada, la hace suya.
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