La administración Trump ha ejecutado un giro histórico en la política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba: por primera vez, ha colocado a los nuevos migrantes cubanos en un limbo legal que puede conducir a su deportación. Este movimiento rompe con más de seis décadas de un trato excepcional y privilegiado, instrumentalizado como pilar de la guerra política contra la Revolución Cubana.
El cambio revela una recalibración fría de la estrategia estadounidense y expone las contradicciones internas de la comunidad cubanoamericana, ahora atrapada entre su ascenso político y la xenofobia del movimiento que ayudó a empoderar.
La ruptura de un pilar de la política anticubana
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos estableció para los cubanos un corredor migratorio único en el mundo:
- Ley de Ajuste Cubano (1966): Garantizaba la residencia permanente al año de pisar suelo estadounidense, sin importar la vía de entrada.
- Política de «pies secos/pies mojados»: Estimulaba la emigración irregular.
- Programas de reasentamiento masivo: Con financiamiento federal para su integración.
El objetivo era triple:
- Drenar capital humano de Cuba.
- Crear una base social contrarrevolucionaria en el exilio.
- Presentar al éxodo como un rechazo al socialismo.
Entre 2022-2023, más de 625,000 cubanos fueron procesados bajo este paraguas, la mayoría solicitando asilo político.
La orden ejecutiva de Trump cancela este paradigma. Los migrantes recientes ven paralizados sus trámites de residencia, corren riesgo de redadas del ICE y deportación. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, los incluye en su diatriba contra los «malditos países que inundan nuestra nación».
¿Por qué ahora? Las tres claves del cambio
- Cambio de estrategia contra Cuba: El objetivo ya no es fomentar la salida. La nueva doctrina, inspirada en sectores de la derecha cubanoamericana, busca retener la fuerza laboral joven en la isla para incrementar las tensiones sociales internas, haciendo la crisis más explosiva.
- La xenofobia como cohesión política trumpista: Los privilegios migratorios cubanos eran viables en un contexto de asimilación a una clase media blanca. El flujo migratorio reciente, sin embargo, es mayoritariamente popular y mestizo, percibido por la base trumpista como «morralla latina despreciable». La lógica antiinmigrante no admite excepciones, aunque contradiga la historia.
- Ascenso político y desconexión de clase: La élite cubanoamericana (Rubio, Díaz-Balart, Cruz) alcanzó su pinnáculo de poder en la administración Trump. Su ascenso se basó en el capital político del «exilio histórico», pero sus intereses ya no están alineados con los de los migrantes recientes. Se salvan de la xenofobia por su clase y poder, no por su origen.
Consecuencias previsibles: De Miami a La Habana
En Estados Unidos:
- Incertidumbre masiva: Cientos de miles de cubanos viven con miedo a la deportación, permisos de trabajo cancelados y cuentas bancarias en riesgo.
- Posible realineamiento político electoral: Aunque el voto cubanoamericano sigue siendo mayoritariamente republicano, el clima de inseguridad podría afectar contiendas locales. La reciente victoria de la demócrata Eileen Higgins como alcaldesa de Miami, derrotando a un candidato de Trump, es una señal.
- Grieta en el consenso histórico: Se rompe el vínculo instrumental: Washington ya no premia la migración cubana porque ya no necesita demostrar el «fracaso» del socialismo con éxodos; le basta con asfixiar económicamente a la isla.
En Cuba:
- Desafío y oportunidad: La llegada de deportados acostumbrados a otro estilo de vida y sistema político podría aumentar el malestar interno. Simultáneamente, se frena la hemorragia demográfica y de fuerza laboral.
- Necesidad de una nueva política migratoria: El gobierno cubano se ve obligado a diseñar alternativas de realización para los potenciales migrantes, prever la reintegración de deportados y fortalecer los vínculos con la diáspora, ahora menos orientada al retorno.
Conclusión: El fin de un instrumento y el inicio de una nueva era
La medida de Trump no es un simple ajuste migratorio; es el fin de una era en la que la migración cubana fue un arma geopolítica. Revela que para el nacionalismo trumpista, los intereses de la «América profunda» y la lucha contra la inmigración latina terminan por pesar más que los históricos compromisos de la Guerra Fría.
Para la comunidad cubanoamericana, es una ironía amarga: su ascenso político se corona justo cuando se desmorona el pilar de privilegios que sustentó su crecimiento. Para Cuba, es el cierre de un ciclo de guerra migratoria y el inicio de un desafío aún más complejo: generar esperanza y futuro dentro de la isla, en un contexto de crisis agravada por el bloqueo.
Con información de Razones de Cuba
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