Mientras en varias provincias del país se libra una batalla epidemiológica contra el Chikungunya, en Holguín un fenómeno paralelo emerge como síntoma del momento: los anuncios en redes de aquellas personas que, a título particular, cobran el equivalente a un salario completo — entre cuatro mil y cinco mil pesos— por fumigar una casa.
Esta práctica, entendible desde la desesperación que produce el avance del virus, revela la profundidad del problema y cómo las soluciones individuales resultan insuficientes frente a una amenaza de naturaleza colectiva.
Quienes pagan por este servicio buscan, con justa razón, proteger a sus familias. Sin embargo, esta solución es fragmentaria y de alcance limitado.
Los mosquitos Aedes aegypti y albopictus no conocen de muros divisorios ni de propiedades privadas. Se alojan en múltiples casas, vuelan con libertad. Se crea así un espejismo de seguridad que se rompe con el primer zumbido proveniente de una vivienda colindante sin tratamiento adulticida.
Esta realidad no hace más que reforzar una verdad que las campañas de salud en Cuba han insistido por años: la lucha antivectorial es, por esencia, una tarea de todos.
Lea también: Mantiene Cuba enfrentamiento a las arbovirosis
La fumigación, para ser verdaderamente efectiva, debe ser sistemática, abarcadora y simultánea en grandes áreas contagiadas, precisamente la escala en la que las autoridades sanitarias deben operar con mayor rigor.
La existencia de un mercado informal de fumigación es un llamado de atención a las acciones institucionales.
Mientras tanto, el virus del Chikungunya —cuyo nombre en makonde significa «doblarse por el dolor»— sigue su curso. Los dolores articulares incapacitantes, la fiebre y la erupción cutánea afectan a holguineros, quienes encuentran en el paracetamol y el reposo bajo mosquiteros sus únicas armas inmediatas, dado que no existe vacuna ni tratamiento específico.
En este escenario, el trabajo de los médicos de la familia se vuelve más crucial que nunca. Su labor haciendo terreno, pesquisando posibles enfermos en los barrios es la columna vertebral de la defensa.
Son ellos quienes, con su presencia comunitaria, pueden detectar casos, orientar a la población y, sobre todo, organizar la respuesta colectiva. Su acción educativa es fundamental para explicar que la verdadera batalla no se gana con una fumigación aislada, sino eliminando los criaderos en cada hogar, tapando tanques de agua y eliminando los desechos que acumulen líquidos.
La ciencia cubana avanza, como lo demuestra el ensayo con Jusvinza para las secuelas crónicas del Chikungunya. Pero la solución de fondo no llegará solo desde el laboratorio. La inmunidad de por vida que deja la enfermedad no puede ser la estrategia.
La victoria contra este «huracán silencioso» en Holguín depende de una ofensiva bien organizada, donde la fumigación estatal sea constante, la autorresponsabilidad ciudadana consciente y el trabajo del médico de familia en la comunidad constituya el eje que articule un esfuerzo verdaderamente colectivo.
La salud es un derecho, pero también una construcción social que nos compromete a todos.
Lea también:
Arbovirosis en Holguín entre problemas ambientales y sociales
- Chikungunya: ¿Fumigación individual o responsabilidad colectiva? - 11 de noviembre de 2025
- Almacena presa de Gibara niveles de agua para todo un año - 10 de noviembre de 2025
- Plaza de la Marqueta en Holguín, donde la historia y el desarrollo se dan la mano - 10 de noviembre de 2025