«Cuando empezó el agua fuerte, como a las cuatro y pico, yo estaba parado en el portal. De un momento a otro, se oscureció completico y no se veía nada. La mano mía no me la veía. De ahí empezó la brisa, el ciclón a batir. Mira esa mata como la peló», cuenta Fermín Brux Pie, un jubilado que después de toda una vida dedicada a la pesca fluvial decidió optar por la siembra para garantizar su sustento.
Él vive en el Paso de la Vaca, ubicado en algún punto entre Holguín y Mayarí, que podría pasar desapercibido para cualquier viajero; sin embargo, para el huracán Melissa no. Este fenómeno meteorológico se las ingenió para dejar una huella nefasta en esa humilde comunidad de gente trabajadora.
«Me acosté un ratico, pero no pude dormir preocupado por la finca. Ahí había sembrado maíz, fongo, boniato y un poco de calabaza. Todo está perdido. A la casa no me le pasó nada.
«Yo mismo no sabía la cantidad de gallinas que tenía, pero solo me quedaron unas poquitas. Al resto de los animales no me le pasó nada, por suerte.
«Ahora lo único que me queda es seguir luchando y agradecer que hay salud. Tengo que empezar a preparar la tierra de nuevo. Me da una cosa así por dentro, porque ese maíz estaba para cogerlo a finales de noviembre. Yo lo tenía para mi consumo y para venderlo», asegura mientras mira lo que un día fue su finca y ahora es una extensión del río Nipe. Todo quedó bajo sus aguas.

Si el ciclón no se lleva al perro, a mí tampoco
Daniel Brux Pie no se separa de su hermano ni un solo momento. Él lo está apoyando de manera imprescindible en la recuperación y, con las botas llenas de fango, también comparte sus experiencias. Vivió el huracán evacuado, junto a sus hermanos de religión y afirma que nunca olvidará ese día.
«Nosotros decidimos trancar la casa e irnos para Mayarí. La casa está en un alto, pero el problema es la presa. ¿Y si se va? Pasaron por allá y dijeron que todo el que podía evacuarse, que lo hiciera. Muchos se quedaron, pero creímos que lo mejor era ponernos a salvo por si acaso.
«La mujer mía tiene un apartamento en el pueblo, pero está en la cuarta planta y nos fuimos para casa de una vecina. Yo soy testigo de Jehová y nos quedamos 16 personas en casa de una hermana. La convivencia fue maravillosa, nos pasamos la noche conversando, hicieron café y merienda.
«Como a las ocho de la mañana subí a revisar la casa de mi esposa, pero cuando salí empezó aquello a soplar fuerte y tuve que bajar para el primer piso. Allí me quedé y sentía que todo temblaba. Como a las diez vi un perro y me dije: si el ciclón no se lleva al perro, a mí tampoco me va a llevar».
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