Ángela no recordaba la última vez que tuvo agua corriente en su casa. Entre peripecias y pipas a sobreprecio subsistía esta holguinera, como todos los de su barrio, con la esperanza de que el vital líquido se hiciera presente por sus tuberías. Pero nada.
Lo cierto es que el fin de mes había llegado y pagar una pipa que llegara al segundo piso de la biplanta donde reside era impensable para quien hace peripecias con su sueldo de enfermera, que cada vez se fatigaba más en su intento de estirarse.
Ese día, no le quedaba ni una gota de agua almacenada. Porque si esta crisis le había enseñado algo, era a almacenar cada gota en dondequiera que se topara con espacio para hacerlo. Era una experta y, cuando se hacía el milagro líquido, no quedaba un solo recipiente fuera.
Iba desde los más grandes hasta los más pequeños: su fiel tanquecito de 55 galones, herencia de su abuela; las tanquetas impolutas de las que nadie puede decir que un día almacenaron pintura; los pomos de litro y medio, los vasos, las jarras… Nada se salvaba.
También era una maestra reciclando agua. Sus vecinas lo sabían y le pedían consejos para que esta fuera más duradera. Ella, siempre solícita, recomendaba optimizar al máximo su uso y, por ejemplo, la sobrante del lavado emplearla en la higienización del baño.
Bañarse con medio cubo era otro de sus consejos, que aplicaba en los últimos tiempos con exactitud milimétrica: mitad para ella y mitad para su hijo. Antes los reclamos de este por esa limitante acuífera, ella le recordaba sus tiempos de becada en pleno período especial y daba por zanjado el tema.
Pero aquel día, estaba seca, en toda la extensión de la palabra. Le dio por ponerse a escuchar noticias en el radio, donde se hablaba de la compleja situación que atravesaba Holguín debido a la sequía y la escasa disponibilidad de las presas.
Supo de las acciones de rehabilitación integral de las principales estaciones de bombeo de los embalses de abastos de agua a la capital provincial, de las más afectadas en el actual escenario por esa problemática tan sensible para todos.
Nunca ponía en duda los esfuerzos de aquellos involucrados en brindar soluciones ante la difícil situación. Como el resto, sabía que se trabajaba sin cansancio; sin embargo, ya no precisaba de informaciones explicativas, solo de agua.
Ella, fiel devota, estaba al límite de lo que su estabilidad mental resistía. ¡Ni siquiera le quedaba una gota para bañarse! ¿Qué se suponía que hiciera? En ese momento, salió al balcón, miró al cielo y exclamó:
—Papá, ¡mándame la lluvia!
Minutos después comenzó un intenso aguacero que le alegro el día, la semana, la vida… y le permitió llenar los recipientes necesarios para sobrellevar las próximas jornadas. El barrio se revolucionó. El agua del cielo caía como un tesoro preciado.
¿Casualidad o intervención divina? Nunca se sabría con certeza, pero lo cierto es que, a partir de ese momento, las presas de Holguín comenzaron a ocupar un lugar prioritario en sus oraciones antes de dormir. En tiempos de sequía, bendita sea la lluvia.
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- Papá, ¡mándame la lluvia! - 1 de octubre de 2025