La noticia ha sido dolorosa e inesperada, como suelen todas las muertes de aquellos que han dedicado sus vidas a la creación y al arte: ha muerto Robert Redford, el gran actor que odió sus dotes de belleza masculina por los temores de que lo encasillaran solo en papeles como galán.
El actor rubio de sonrisa calmada y mirada intensa se apagó con 89 años, mientras dormía este martes 16 de septiembre en su casa de Utah, Estados Unidos, dejando atrás más de seis décadas de cine, teatro, militancia ambiental y un legado cultural que atravesó fronteras.
Robert Redford nació en Santa Mónica en 1936, hijo de una familia de clase media. Desde joven mostró sensibilidad artística y un espíritu inquieto. Estudió en la Universidad de Colorado, donde comenzó a incursionar en el teatro, aunque pronto el destino lo llevó a Nueva York, capital del teatro en EE.UU.
En Broadway, Redford debutó con obras como Tall Story (1959) y The Highest Tree (1960), pero la pieza que realmente lo lanzó fue Barefoot in the Park (1963), comedia romántica de Neil Simon. Allí interpretaba a un joven abogado recién casado, un papel que luego repetiría en el cine junto a Jane Fonda.
El salto a Hollywood fue inevitable. Tras pequeños papeles televisivos, Redford irrumpió en la gran pantalla con War Hunt (1962). Sin embargo, su consagración llegó en 1969 con Butch Cassidy and the Sundance Kid, donde compartió cartel con Paul Newman. Esa dupla marcó a fuego la historia del cine: carisma, humor, tragedia, camaradería.
Dos años después, filmó Jeremiah Johnson (1972), donde encarnó al hombre solitario que se interna en la montaña. Fue la primera vez que su amor por la naturaleza se volvió tema central de su cine. Ese mismo año protagonizó The Candidate, sátira política donde mostró que no solo era rostro bonito, sino también intérprete capaz de desnudar los vericuetos del poder.
En 1973, su nombre quedó grabado en dos películas icónicas: The Way We Were (junto a Barbra Streisand) y The Sting, con Paul Newman nuevamente. Esta última ganó el Óscar a Mejor Película y consolidó a Redford como actor taquillero y respetado.
Tres años más tarde, con All the President’s Men (1976), encarnó al periodista Bob Woodward en la investigación del caso Watergate. Fue más que una película: se convirtió en lección de ética periodística y símbolo de resistencia democrática en los Estados Unidos de América.
En 1980, Redford se lanzó como director con Ordinary People. La película fue un éxito rotundo y le valió el Óscar a Mejor Director. Era un drama íntimo, sin fuegos artificiales, que revelaba su sensibilidad para trabajar con actores y narrar dolores familiares profundos.
Más adelante dirigió The Milagro Beanfield War (1988), comedia dramática sobre campesinos que resisten al poder; A River Runs Through It (1992), con un joven Brad Pitt y paisajes de Montana que parecían lienzos; y The Horse Whisperer (1998), donde también actuó, explorando la conexión entre humanos y caballos.
Si algo inmortaliza a Redford más allá de la pantalla es el Festival de Sundance, fundado en 1978 en Utah. Lo que empezó como un refugio de cineastas alternativos se convirtió en el festival de cine independiente más prestigioso del mundo.

Gracias a Sundance, el público conoció a Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Darren Aronofsky, Kelly Reichardt, entre otros. Redford no solo prestó su nombre, sino que puso el cuerpo y el alma para dar visibilidad a nuevos actores.
Ya en los 90 y 2000, Redford alternó roles como actor y director. Participó en Indecent Proposal (1993), Spy Game (2001) junto a Brad Pitt, An Unfinished Life (2005) y All Is Lost (2013), película casi muda donde un viejo marinero lucha por sobrevivir en medio del océano.
En 2018, anunció su retiro de la actuación con The Old Man & the Gun, encarnando a un ladrón veterano que se niega a abandonar su oficio. Fue su canto de cisne: un film crepuscular, elegante, en sintonía con su propia vida.
Redford se fue, pero deja obras, películas y un espíritu que atraviesa generaciones. Su historia demuestra que un actor puede ser más que un galán, que un director puede ser más que un técnico, y que un festival puede cambiar la forma en que vemos el cine.
Los cubanos tuvimos la oportunidad de conocerlo en persona cuando asistió al Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La Habana y en enero de 2004 viajó por segunda vez para presentar en La Habana “Diarios de una motocicleta”, filme del director brasileño Walter Salles que Redford produjo.
Redford ha sido el más internacional de todos los actores estadounidenses de su época y su trabajo cinematográfico y como luchador por cuidar el medio ambiente lo ha convertido en una figura que solo hoy ha viajado a la eternidad.
Hoy se ha ido el gran actor que odió ser solo un gran galán en el cine.
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