Donde el mar Caribe baña las blancas y finas arenas de la Playa Guardalavaca se libra una batalla silenciosa que busca la ejemplaridad. Es la batalla por la excelencia en medio de la precariedad y los desafíos económicos de la Cuba de hoy. Es la lucha por construir, ladrillo a ladrillo y sonrisa a sonrisa, una nueva propuesta turística. El Hotel Starfish Guardalavaca, tres estrellas solo para adultos, emerge no solo como una nueva marca en el mapa hotelero cubano, sino como un experimento social de resiliencia colectiva.
Desde el pasado 1 de noviembre, la marca Blue Diamond impera donde antes lo hacía parte del Hotel Club Amigo Atlántico. Pero la separación administrativa comenzó poco antes, en julio, marcando el inicio de una carrera contrarreloj para reconvertir, con recursos limitados y una inventiva a prueba de limitaciones, una instalación con más de dos décadas de historia. Una génesis que se remonta a los inicios del polo turístico de Guardalavaca, inaugurado por Fidel Castro, y que hoy escribe un nuevo capítulo.
Un renacer desde el reciclaje y el esfuerzo
El complejo es un organismo dual. Por un lado, el antiguo Hotel Guardalavaca, el pionero, con 233 habitaciones, muchas de sus estructuras hoy permanecen a la espera de que la inmobiliaria destrabe su futuro con una inversión capital; y por el otro, nueve villas que, tras una titánica labor de restauración, conforman las 144 habitaciones actualmente en operaciones.
«Nuestra mayor tarea fue tratar de rescatar y de reutilizar todo el mobiliario, inclusive los que se encontraban en el Hotel Guardalavaca de muchos años de explotación», explica Anay Chapman Hernández, subdirectora general y representante cubana de la instalación.
Su relato es un catálogo de superaciones: locales sin usar desde 2018 que hubo que rehabilitar, la impermeabilización de todas las villas, pintura interior y exterior y la metamorfosis de espacios.
«Donde antes era el mini club de Club Amigo, hoy se sirven cenas en un restaurante especializado al que se le anexó una terraza de gran aceptación. El antiguo café cantante es ahora el bar Legend. Hasta el bufet es un acto de improvisación transformado en virtud: ocupó el espacio de un restaurante temático, a pesar de que es pequeño, contiene además un snack 24 horas», detalla Chapman Hernández. Es la filosofía del hacer.
La esencia del proyecto: un colectivo sacrificado

Si las paredes hablaran, no contarían historias de lujos desmesurados, sino de esfuerzo humano. La plantilla, de 168 trabajadores, es el pilar sobre el que se sustenta este milagro aparentemente imposible. «Es un colectivo bastante abnegado, bastante sacrificado, muy trabajador que en situaciones adversas ha sabido llevar adelante el hotel», enfatiza la subdirectora.
El relato de Chapman Hernández pinta un panorama de desafíos cotidianos que van más allá de lo laboral: problemas de transportación, carencias materiales, la sombra siempre presente del «déficit». Sin embargo, subraya que «independientemente de ello, nunca se ha dejado a medias ningún servicio». Es la ética del trabajo en un contexto donde la mera asistencia ya es un acto de heroísmo.
Una visión que comparte Andreu Capilla Murillo, el director español de Alimentos y Bebidas. Con casi un año en Cuba, destaca el trabajo diario con los obreros y proveedores «para tratar de siempre tener el mejor producto que podamos encontrar». Reconoce las dificultades, pero insiste en el antídoto: «Ganas, con mucho trabajo, con mucha dedicación… siempre tratamos de obsequiar con nuestro mejor servicio y nuestra mejor sonrisa».

Para Capilla, el hotel es un «lugar perfecto para venir, para relajarse», y su objetivo es claro: «seguir convirtiéndolo en un hotel más… poco a poco con el tiempo creo que lo estamos logrando».
En el corazón de la cocina del Starfish Guardalavaca late la pasión de un hombre que lleva 28 años sazonando el turismo cubano. Ulises Michel Pérez Caballero, Chef Principal, es la fuerza tras los fogones, un maestro que transforma la escasez en creatividad y lidera con el ejemplo. Su historia es la de un amor inquebrantable por su oficio.
La voz del cliente y el veredicto de la repetitividad
En la ecuación turística, el cliente es el juez último. Y su sentencia, aquí, es de una claridad abrumadora: regresar. Héctor Pérez Ramos está en su quinta visita desde que abrió Starfish. «Y es la vida mía. Porque es familia, es amor, es todo». Su elogio al servicio es categórico: «A todos los quiero, es una maravilla».

Mariluz LLanes Font valora, por encima de todo, la libertad y la tranquilidad de un hotel solo para adultos. «El cliente no busca control. El cliente busca libertad de esparcimiento, de disfrute». Es un comentario revelador que señala un valor intangible tan crucial como la comida o la infraestructura: la sensación de autonomía.

Aunque menciona inconformidades en la gastronomía: «Por ejemplo, a mí me gusta el yogur y no hay», su discurso se centra en la compensación: «Yo valoro la disposición y el compromiso que tiene el personal de que los clientes se sientan bien… vamos a ser clientes de por vida en este hotel».

Por su parte, Evelio Quevedo Fernández, aporta una perspectiva económica y comparativa. «Es el único hotel para adultos en la costa atlántica holguinera y… hablando económicamente, es el hotel más económico de Holguín». Tras visitar un establecimiento similar en Varadero, su conclusión es contundente: «Precio, calidad excelente, el trato es increíble, el personal es excelente, muy profesional. Por eso somos repitentes».
«La Tarde Cubana», un ritual de música y sabor que captura el alma de la Isla
El viernes en el Starfish Guardalavaca no es un día cualquiera. Es una cita con el alma misma de Cuba y su gente. Un ritual que comienza con la música que recuerda las raíces africanas de este pueblo, entre tanto, tradiciones campesinas, pedazos de cerdo asado, historias de autos vintage y el ritmo contagioso del son, hacen que la tarde se vista de identidad.
Ricardo Rojas: la mano maestra que teje los jardines del Hotel Starfish
Detrás de la exuberante belleza botánica que recibe a los huéspedes del Hotel Starfish hay una historia de reinvención, amor por la tierra y un ojo creativo. Ricardo Rojas Fonseca, jefe de jardinería, un guajiro de corazón, cambió la seguridad por las plantas hace seis años para dar vida a uno de los sellos distintivos de la instalación.
El meticuloso diseño de los jardines del hotel no responde a un plano preconcebido, sino a la creatividad y el conocimiento empírico de Ricardo Rojas Fonseca, su jefe de jardinería. Cada macizo, cada figura podada y cada explosión de color es el resultado de una filosofía de trabajo que él define con una palabra: cariño.

«Soy guajiro, de la zona de La Habana. Esta profesión me gusta, la desempeño y la hago con amor y cariño», afirma Rojas, quien acumula 24 años de experiencia en el sector turístico. Sus primeros dieciséis años los dedicó a la seguridad y protección en el Club Amigo Atlántico, donde incluso tuvo la misión de custodiar a los Cinco Héroes cubanos. Sin embargo, una pasión más arraigada llamó a su puerta. «Ya eran muchos años de seguridad y la edad te va cambiando. Me gustaba la jardinería», recuerda sobre su transición en 2018.
El mantenimiento de este pequeño paraíso es una labor diaria y dedicada que incluye poda, chapea, riego y el abono constante con tierra vegetal. «Para poder mantener esto tan bonito, hay que echarle mucho trabajo», sentencia.
Aunque su labor parece desarrollarse entre plantas, Rojas y su equipo tienen una interacción directa y memorable con los huéspedes. Un servicio muy popular que brindan es la entrega de cocos frescos directamente a los clientes, un gesto auténticamente caribeño que se ha convertido en una experiencia característica del hotel. «Donde ellos ven un jardinero, lo primero que hacen es pedirle uno», comenta.
Además, su departamento es crucial en la decoración de bodas, ya sea en el paseo marítimo o en la playa, contribuyendo a crear momentos únicos para los novios y sus invitados.

La vocación de servicio de Ricardo está enraizada en la familia. Su padre, Darío Rojas Rojas, fue fundador y maestro de cocina en los hoteles de la zona, un legado que Ricardo decidió no seguir en la cocina, pero sí en el mismo sector, encontrando su propia pasión en la tierra. «Eso es para ellos. Lo mío es la jardinería», afirma con convicción.
Hoy, se siente «bastante bien» en su rol, respaldado por una dirección hotelera que «apoya en todo». Su satisfacción es reflejo de la de los clientes, muchos de los cuales son repetidores del antiguo Club Amigo y ahora eligen el Starfish precisamente por el cariño y la atención que encuentran, un ambiente del que los jardines de Ricardo Rojas son una parte fundamental.
El futuro: la perfección como horizonte, no como meta

El camino por recorrer es tan largo como ilusionante. La ocupación ronda entre el 40% y el 50%, un número que Anay Chapman Hernández aspira a ver en el 100%. Sueña con «clientes satisfechos y trabajadores comprometidos con sentido de pertenencia». Reconoce los flecos sueltos: completar las fuerzas en departamentos golpeados como el económico y el de animación, y seguir reformando los espacios que aún están en proceso de mejora, como las oficinas y el área del buffet.
El horizonte inmediato incluye una ambiciosa proyección: una sección Premium Class con servicio de planta real, recepción independiente y mayordomía, un salto cualitativo que aspira a elevar la experiencia del cliente.
Pero la verdadera lección del Starfish Guardalavaca trasciende las cifras de ocupación o los nuevos servicios. Es un caso de estudio sobre cómo la voluntad humana puede suplir las carencias materiales. Un recordatorio de que en la industria del ocio, la hospitalidad genuina, el trato cercano y la capacidad de sobreponerse al día a día son el producto más valioso y difícil de copiar.
Es un hotel que, consciente de que el trabajo es siempre perfectible, ha encontrado en las insatisfacciones de los clientes y en las limitaciones económicas de un país cercado económicamente por un poderoso imperio, sus mayores motivaciones para mejorar. No han llegado a la meta, pero cada día, con cada cliente que se despide con la promesa de volver, demuestran que van por el camino correcto. El camino del esfuerzo colectivo.
*La autora agradece la colaboración de Natalia Díaz Riverón y Yailín Ojeda Grass.
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