
Cuando niños queremos que el tiempo vuele para llegar a adulto y manejar la vida al antojo. Pero, cuando llegamos a esa etapa, queremos que el tiempo se detenga, porque descubrimos que restamos años a nuestra existencia, y, en cambio, no podemos hacer nada a nuestro capricho.
A los diez correteamos por los campos y tenemos los amigos más fieles. Siempre he pensado que las verdaderas amistades son, precisamente, los de la infancia. A los 20 años, si nos dedicamos al estudio, casi concluimos la carrera universitaria y queremos empezar a trabajar para ser independientes económicamente y deseamos renovar las empresas donde vamos a trabajar.
A los 30 ya hemos logrado importantes objetivos en la vida, pero cuando cumplimos más de tres décadas, nos volvemos inconformes y nos trazamos innumerables metas que motivan a seguir levantándonos con el amanecer, para continuar otra jornada de labor, aún cuando el calor de la cama nos atrae, pero nos levanta el deber de mantener con nuestros ingresos los gastos de la familia y el hogar.
Al casarnos no siempre encontramos a la princesa azul, sino a la mujer que amamos realmente por sus virtudes y con la que deseamos tener nuestra descendencia. Y al poco tiempo llegan los hijos y de pronto nuestra vida cambia totalmente porque descubrimos el amor más incondicional y puro.
Al divorciarnos la vida te demuestra que realmente nada es para siempre, y el amor, convertido en rutina, sepulta el matrimonio, y entonces, tal vez por la experiencia y los golpes de la vida te vuelves un tanto desconfiado y dudas de la amistad, de la familia y del amor de pareja, y te vuelves tan exigente que dudas de la existencia del amor en la era de la internet de banda ancha, la 5G y del llamado matrimonio igualitario aprobado por la ley.
Las canas empiezan a poblarnos la barba y a invadir el cabello, y como si fuésemos vampiros, iniciamos el terror por los espejos, porque sin darnos cuenta envejecemos. Confieso que en mi casa no tengo espejemos.
Casi llegamos a los 40 y maldecimos tantos años de inmovilismo económico y ambicionamos otra vida para alcanzar metas malogradas, pues no todo depende de nosotros y las circunstancias nos juegan una mala pasada en nuestro desarrollo personal y social.
Aterra ver cómo la calvicie inunda nuestra cabeza y nos volvemos barrigoncitos y alguna muela duele y tiene que ser extraída; mientras el asombro se apodera de nosotros cuando vemos cómo un niño de cuatro años maneja hábilmente un mouse de computadora para navegar, o en un juego infantil con una tablet.
Llegamos a los 40 años y cuando enviamos nuestras fotos a los amigos que viven en otras ciudades y países nos dicen en sus repuestas: “¡Que viejo estas!” Pero luego, con cierto consuelo, descubrimos el encanto de arribar a las cuatro décadas, aunque se empieza a obviar la cuenta oficial.
¡50! Llegaste a la media rueda, te dicen casi todos los amigos, familiares, colegas y vecinos y comenzamos a decir: “nunca me había sentido tan joven”, y es ahí, como dice el refrán latino, cuando comenzamos a envejecer, pero nos consuela, en parte, el hecho de ser una etapa negada a muchos, que por circunstancias de la salud o accidentes quedan en el hermoso, pero corto camino de la vida.
He visto crecer a mi hija Isabella, quien finalmente escogió el Periodismo como profesión, la cual ha sido nombrada el oficio más hermoso del mundo, al decir del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.
Llega el 57 y cómo estrellas de cine empezamos a cuidar del físico y a visitar el gimnasio del Rey, donde no va ninguna aristocracia pero si una nobleza amante del buen físico y la salud, acudimos a estelares masajistas como Yoan y los problemas lo empezamos a tomar con humor para cuidarnos del estrés y del ataque al corazón, porque aun somos jóvenes y queremos vivir más años.
El mundo sigue girando, y creemos que hay algún problema planetario, porque una semana se va rápido, un mes es junio y al otro llega diciembre, y nos encontramos celebrando otro año nuevo y es que la existencia es corta, alegre y dolorosa, llena de algunas dificultades, pero es el mejor regalo de Dios a través de nuestros progenitores por lo cual debemos cuidarla para prolongar dignamente nuestra hermosa existencia, en este pequeño, pero único lugar del universo donde existe la vida.
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