Recuerdo que de niño un día me senté frente a mi televisor soviético Krim, en medio de la sala de mi casa, para ver por televisión a Fidel Alejandro Castro Ruz, durante un discurso. Fue un 26 de Julio, fecha de la Rebeldía Nacional en Cuba, pero no recuerdo exactamente qué año fue, pero si recuerdo que era un niño.
Fidel era un maestro de la oratoria y pronunciaba discursos largos porque explicaba cada detalle de cada problema y lamentablemente los problemas son los que más abundan en una Revolución como la cubana, que no le han permitido hacer todo lo bueno que tenía en su programa desde que triunfo el Primero de Enero de 1959.
No quiero escribir la clásica crónica que ensalza al político, porque hoy cuando cumpliría un año más de vida, si estuviera vivo, porque los vivos son los que cumplen años, quiero destacar al ser humano detrás de la gran figura política internacional que fue.
Cuando Fidel salía a las calles de Cuba o viajaba por el mundo hasta las personas que no compartían sus ideales políticos lo saludaban con afecto y así pasó cuando en una visita a Nueva York contó que, de momento, se abrió una puerta en las Naciones Unidas y los líderes mundiales empezaron a desfilar por esa entrada para saludar al presidente William Clinton.
El ante al asombro no le quedó más remedio que aceptar las reglas de la diplomacia política y saludar a Clinton, con cuyo gobierno Cuba no tenía relaciones diplomáticas, pero fue un momento afectuoso, como el mismo contaría de su experiencia de ese instante sorprendente.
Sus enemigos políticos le decían que era un dictador, pero él se preocupaba por alfabetizar a su pueblo, algo extraño, porque a los tiranos no les interesan que las masas populares sean cultas para gobernarlas y manipularlas mejor.
Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra, dijo el 26 de noviembre de 1960 en las Naciones Unidas y por eso se preocupaba por mandar, como gobernante, legiones de médicos, profesores y asesores deportivos para ayudar a los pobres del mundo, mientras Washington, como policía del mundo, enviaba su ejército para proteger la democracia y la libertad, pero en realidad dejaban el caos como pasó en la Libia del Gaddafi, donde el mismo Obama reconoció su error después de la invasión de EE.UU. y la Otan dejaron un país más pobre y en caos político.
A Fidel lo recuerdan siempre por sus clásicas frases célebres, pero la más famosa de todas fue: “¡Condéname, la historia me absolverá!”.
¿Por qué unos pueblos han de andar descalzos para que otros viajen en lujosos automóviles? ¿Por qué unos han de vivir 35 años para que otros vivan 70? ¿Por qué unos han de ser míseramente pobres para que otros sean exageradamente ricos? Hablo en nombre de los niños del mundo que no tienen un pedazo de pan, hablo en nombre de los enfermos que no tienen medicinas, hablo en nombre de aquellos a los que se les ha negado la vida y la dignidad humana.
“El día que yo muera no pasará nada con la Revolución. Una revolución no es tarea de un hombre, es tarea de un pueblo. Ninguna Revolución ha desaparecido porque el jefe haya desaparecido. Lenin murió y la Revolución continuó” y tal vez por eso cuando sus cenizas salieron de La Habana recorriendo toda Cuba hasta llegar a su descanso final en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, el pueblo le rindió un homenaje diciéndole: “todos somos Fidel”, pero recuerdo ahora aquel día frente al televisor que me encontraba solo en la sala de mi casa.
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