En el Seminternado «Dalquis Sánchez Pupo» de Holguín, la maestra Ana pregunta a sus alumnos de cuarto grado: «¿Alguien sabe qué se conmemora hoy?». «¡El ataque al Moncada!», responde un niño. «¡Y al cuartel de Bayamo!», agrega otro.
La maestra saca una bandera cubana. Algunos niños imitan disparos; otros dibujan en sus libretas. Así, entre crayones y cuadernos, los más pequeños recuerdan aquel día en que la valentía de unos jóvenes se convirtió en el grito de libertad de todo un pueblo.
Setenta y dos años atrás, un grupo de revolucionarios, liderados por Fidel Castro, asaltó los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Los muros de esas fortalezas, testigos mudos de la represión batistiana, se convirtieron en símbolos de resistencia.
No importaba que las probabilidades fueran escasas; importaba la dignidad. Aunque las balas truncaron el asalto ese día, las ideas no pudieron ser capturadas. «Condenadme, la historia me absolverá», declaró Fidel en su autodefensa, y esa frase se convirtió en profecía.
Los vestigios de aquella gesta perduran en lo cotidiano: en el médico que parte hacia una misión internacionalista con el mismo espíritu de aquellos jóvenes, en el ingeniero que busca soluciones ante las limitaciones, en el campesino que siembra con la terquedad de quien sabe que la patria se defiende también con una semilla.
En cada plaza, en cada barrio, se repite que esta fecha no solo se conmemora, se vive. Los abuelos cuentan a sus nietos cómo, décadas después, aquellos disparos siguen resonando en la resistencia ante el bloqueo, en la defensa de la soberanía, en la solidaridad con los pueblos que luchan.
Como cada año, las calles de Cuba se llenan de banderas, consignas y rostros que no conocieron la opresión contra la que combatieron aquellos jóvenes, pero que debaten cómo honrar su legado en tiempos nuevos, donde los desafíos son otros, pero el enemigo sigue siendo el mismo: el olvido, la desunión, la rendición.
Para los cubanos, la fecha es más que un aniversario. Es el recordatorio de que la dignidad no se negocia, de que las ideas justas pueden desafiar incluso al poder más férreo. Es el día en que se honra a los mártires cuyos nombres resuenan como un mantra sagrado: Abel Santamaría, Haydée Santamaría, Boris Luis Santa Coloma y tantos otros.
Es también un llamado a no olvidar que la libertad se conquista con unidad, que la rebeldía, como la historia, no tiene fin. Y que, mientras haya injusticia, habrá un 26 de julio en el corazón de Cuba.
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