Soraya, instructora de arte en Cacocum, Holguín

Soraya, arte y ternura en la casa de abuelos de Cacocum

Por las mañanas, cuando el sol apenas comienza a colarse por las ventanas de la casa de abuelos del municipio holguinero de Cacocum, se escucha una melodía suave, una especie de canto maternal que brota entre risas, ejercicios de calentamiento vocal y algún que otro murmullo de nostalgia. Es la voz de Soraya, una instructora de arte que ha convertido aquel espacio común, donde antes reinaba el silencio y la rutina, en un taller de emociones, creatividad y vida.

Soraya no llegó a la casa de abuelos como quien cumple una tarea laboral. Llegó con la determinación de sembrar belleza donde a veces solo quedaban recuerdos.

Ella no dirige, acompaña. No impone, sugiere. Y eso ha marcado la diferencia. Con una sonrisa siempre a flor de piel y una energía que parece inagotable, Soraya ha logrado que sus proyectos artísticos se conviertan en verdaderas terapias colectivas, en ventanas abiertas a un mundo interior que muchos creían clausurado por los años.

Uno de los pilares de su labor es el coro femenino Las Marianas, compuesto por un grupo de abuelitas que, desafiando el paso del tiempo, entonan himnos, canciones tradicionales y piezas populares con una fuerza que conmueve.

Soraya junto a abuelos de Cacocum
Soraya (al centro) junto a abuelos de Cacocum. Foto: Tomada de Facebook

El nombre del coro no es casual, Las Marianas, es un tributo a las mujeres mambisas, valientes y decididas, un símbolo de resistencia y dignidad femenina. Bajo esa inspiración, estas mujeres, algunas con bastones, otras con la voz temblorosa pero firme, han rescatado canciones de sus juventudes, reinventado boleros, narrado pasajes de sus vidas a través de la música y protagonizado presentaciones en escuelas, centros culturales y actos comunitarios.

El ensayo no es solo ensayo. Es ritual. Es risa. Es memoria. Soraya afina con ellas, sí, pero también las escucha, las consuela, les pregunta por su nieto que está lejos o por la receta de dulce que tanto les gusta compartir tras el canto. Ha logrado que ese espacio vocal se convierta también en un círculo de afecto, donde la cultura se entrelaza con lo humano.

Soraya ha entendido, como pocas personas, que el arte no es un lujo, sino una necesidad. Que el adulto mayor no necesita solo medicamentos y cuidados, sino también sueños, colores y canciones.

Soyara en casa de abuelos de Cacocum
Soyara en la casa de abuelos de Cacocum. Foto: Tomada de Facebook

En tiempos en que la sociedad suele correr demasiado rápido como para detenerse a mirar a los más viejos, la labor de esta instructora es una bofetada de ternura contra la indiferencia. Ha enseñado que en la tercera edad no se apagan las luces, sino que se puede alumbrar de otro modo: con sabiduría, belleza y arte.

Gracias a Soraya, la casa de abuelos de Cacocum no es solo un sitio para pasar el día. Es un lugar donde se teje comunidad, donde se canta a la vida y donde cada arruga se respeta como testimonio. Y aunque su nombre no aparezca aún en titulares nacionales, su obra es enorme. Porque no hay galardón más grande que una sonrisa recobrada, un abrazo espontáneo o una lágrima de agradecimiento tras una canción.

Hay algo en ella que no se puede medir con aplausos ni diplomas. Tal vez sea su manera de escuchar o de cantar. Tal vez sea su fe profunda en el poder del arte para curar. Lo cierto es que las mañanas en la casa de abuelos ya no son silenciosas. Son días bordados con amor, notas musicales y memorias que no se dejan morir.