Caballero de París, deambulante, La Habana, Cuba
Estatua de bronce erigida al Caballero de París. Foto: Archivo

El caballero de París, el más famoso mendigo

Cada ciudad de Cuba tiene sus historias hermosas, tristes, únicas, atractivas que la hacen distintivas y en esos panoramas no pueden faltar los personajes callejeros: mendigos, deambulantes y personas cuya cabeza puede estar en cualquier planeta menos en este.

En Holguín teníamos a Concha, un personaje demente, pero ocurrente, y tan fue así que cuando murió en el diario local Ahora, el periodista Cleanel Ricardo le escribió una crónica, todo un clásico de la literatura del diarismo.

En Cuba el más famoso de todos los deambulantes tenía un nombre medio aristocrático: el Caballero de París, pero resulta que si era caballero, pero no era de la capital de Francia sino de La Habana.

Su historia fue tan famosa como si se hubiera movido en el ambiente del arte y el entretenimiento de este archipiélago, pero lo cierto es que este gallego conquistó a Cuba con su singular historia de existencia, y al final de su vida se le inmortalizó con una estatua de bronce, como se le hizo también al cantante británico John Lennon en La Habana Vieja.

Todos los turistas tanto cubanos como foráneos no dejan de tirarse una foto en la estatua del Caballero de París, como demostración de que visitaron La Habana, la también capital del daiquirí y el mojito que inmortalizó el escritor estadounidense Ernest Hemingway.

El «caballero de París» no es una de esas esculturas inmóviles que adorna parques o avenidas; forma parte de un juglar místico de historias migratorias. ¿Quién fue este personaje con tan rimbombante seudónimo? ¿Cuál era su verdadero nombre y cómo llegó a Cuba? ¿Por qué inmortalizar en bronce a un señor proveniente de Europa? Muchos misterios se enrolan en torno a su periplo errante por La Habana.

DE LUGO A LA HABANA

Nadie sabe a ciencia cierta cómo surgió el sobrenombre ni quién le llamó así por primera vez, sobre todo porque su acta de nacimiento ofrece una grata sorpresa a los más curiosos. El «caballero» no nació en París, y probablemente nunca se paseó por el río Sena.

José Manuel López Lledín era gallego, concretamente de A Fonsagrada. El apodo afrancesado con el que se hizo célebre nada tenía que ver con su pedigrí, pero sí con su elegancia.

Cuentan los periódicos de la época que López Lledín llegó a Cuba en 1913 junto a varios de sus hermanos. Tenía solo 14 años. No hubo trabajo que se resistiera a su juventud y emprendimiento: encargado en una tienda de flores, sastre, ayudante en una tienda de libros y un bufete de abogados, sirviente en refinados hoteles. Incluso, estudió y refinó sus modales para encontrar un empleo mejor.

Una jugarreta lo llevaría a prisión sin que a día de hoy se tenga certeza del supuesto crimen. La ausencia de documentación sobre el arresto o el juicio desembocó en leyendas urbanas con varias hipótesis.

Dicen que la causa fue la desaparición de unos billetes de lotería, también que era sospechoso de un asesinato, incluso que robó unas joyas y atracó una bodega. Liberado por falta de pruebas y exonerado de toda culpa ante la mirada popular, el caballero volvió a desandar las calles.

La diferencia estaba en su mirada perdida y nostálgica, como si el tiempo en prisión le hubiese apagado las luces, como si saberse inocente lo hiciese inventar realidades paralelas.

Siempre vestía de negro con una larga capa, como si se negara a abandonar sus finas maneras y vestimenta europea en un archipiélago, donde el estío es insoportable para esa vestimenta europea.

Pero el caballero no era un «loco» más con cabello enmarañado y un semblante deshecho por vivir en las calles. Andaba siempre acompañado de montones de periódicos bajo el brazo cual biblioteca ambulante y con una bolsa llena de pertenencias y regalos.

Ofrecía caramelos a los niños y flores a las mujeres habaneras. Tras casi 50 años de pernoctar en los portales de edificios emblemáticos y alegrar la vida de los transeúntes, López Lledín fue internado en una clínica psiquiátrica en la que pasó sus últimos días.

Cuentan que su familia intentó retornarlo a Galicia, y él prometió que se lanzaba al mar si lo intentaban, pero lo cierto es que su vida ha ocupado un lugar en la historia de las leyendas urbanas, de la cual La Habana tampoco escapa, cuando lo inmortalizó en una figura de bronce para que los que recorren las calles, que él Caballero recorrió, sepan que su apasionada vida transcurrió en la tierra más hermosa.

José Miguel Ávila Pérez
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