Toda relación de pareja hunde sus raíces en el tumultuoso mundo de las pasiones y nos lanza a una aventura emocional de cuyo desarrollo no siempre somos dueños. Los celos serían uno de esos mil rostros que aparecen en el amor sin nuestro consentimiento. Cupido agudiza el sentido de la posesión y nos dejamos invadir por un sentimiento de codicia hacia el ser querido con la creencia de que nos pertenece en cuerpo y alma. En las empresas del corazón no queremos a nadie por socio, y gozar del otro en régimen de exclusividad se convierte en el privilegio pactado de un egoísmo consentido.
Los celos son una respuesta a una ruptura del equilibrio emocional que surge cuando una persona percibe la amenaza o siente la posibilidad de pérdida hacia algo que considera propio.
Si bien se puede experimentar celos en muchos tipos de relaciones, por ejemplo, entre hermanos, amigos, familiares y compañeros de trabajo, comúnmente se denomina celos en particular a los amorosos, sentimentales o románticos. Estos aparecen debido a la inseguridad creada por la sola probabilidad, sospecha o inquietud de que la persona amada preste atención en favor de otra, generando incomodidad. Son tomados como una forma de posesión sobre otra persona, aunque la duda constante sobre si se posee o no a la otra persona sea la que desate la incomodidad.
En un artículo titulado “Los celos ¿matan o alimentan?”, su autor señala que “El eterno humano chapotea entre fantasía y razón en las turbulentas aguas de las pasiones, allí donde la seguridad en el otro es el mejor blindaje frente a los celos. El problema comienza cuando un excesivo sentido de la seguridad le incita a la posesión del otro. Es el comienzo del fin”.
El miedo a perder al ser amado en brazos de un tercero se cuela por las fisuras de nuestra autoestima y se proyecta sobre el pasado, el presente y el futuro. Alimentar este temor lleva a contemplar al resto de los mortales como posibles rivales y a entrar en una espiral de competencia. Al calor de lo que se vive como una traición u ofensa larvada acuden en cortejo la inquietud, la sospecha y la desconfianza.
Dentro de un orden, los celos a veces forman parte de un juego de halagos mutuos, nos enorgullece despertar ese sentimiento en el ser querido, a quien devolvemos el cumplido con las mismas, pero resulta peligroso emplearlos como estrategia para estimular el interés del otro. Con eso de que la confianza mitiga el deseo y el temor aviva sus llamas en ocasiones exploramos nuestra capacidad de conquista para que la alarma se dispare. Pero mucho cuidado con esa estrategia, la vida misma ha demostrado, en la mayoría de los casos, que puede volverse en contra de quien la pone en práctica y traerle consecuencias impredecibles.
Los celos fundados o infundados acechan a cualquiera, pero no todo el mundo sabe dosificar su intensidad y mantener el control.
Un temperamento apasionado no concibe el amor sin ellos y sucumbe a su embrujo de una forma visceral, mientras que los de talante frío invocan a la razón para no caer en lo que consideran una bajeza. La seguridad que nos inspira la relación que tenemos entre manos también influye a la hora de alentarlos o desecharlos.
La suspicacia anida en el corazón celoso, mejor decir en el cerebro celoso, con sus percepciones elevadas que llegan a ser distorsionadas, aumenta la atención con marcada hipervigilancia. Así, siempre alerta, capta el mínimo detalle y su mente ya predispuesta pone el resto. En su afán por dar crédito a todo lo peor, adopta el papel de policía y mantiene a su pareja bajo sospecha permanente. La vehemencia de esta pasión conduce a los celos patológicos, una enfermedad obsesiva que destruye todo entendimiento amoroso.
Los celos son sinónimo de desconfianza y de propiedad privada, un sentimiento de bajo escalón espiritual. La persona que posee esa vibración negativa, no puede ver a alguien amenazador cerca de su pareja porque rápidamente le viene a la cabeza la posibilidad de que le quiten el “objeto amado”. Lo que más impresiona es que muchos se sienten protegidos cuando su pareja les demuestra estar con celos. Es completa ignorancia espiritual en esa área. Estos creen en la siguiente asociación: muchos celos es igual a mucho amor. Por eso todos hemos escuchado en algún momento de nuestra vida frases como: “Si es celoso es porque te quiere” o “soy celoso porque te amo”.
¿Cuáles son las causas fundamentales de los celos?
En la década de los 90 se llevó a cabo una investigación por parte de la Universidad de Nueva York donde se buscaba comprender la raíz de esta situación. Los resultados dejaron claro algo que ya intuían los psicólogos: detrás de los celos está la baja autoestima, la inseguridad y una infancia donde no hubo un apego saludable.
Por otra parte, un estudio publicado en la revista Developmental Psychology, advierte que los adolescentes son cada vez más controladores y celosos. En la actualidad, la agresividad y los celos, así como el maltrato y el control hacia la pareja son realidades que vemos cada vez más habituales. Esto es algo muy delicado sobre lo que reflexionar.
La pareja necesita independencia de cada uno de sus miembros, poder decidir, tener crecimiento personal y profesional. Crear un vínculo pleno con el ser amado implica saber crecer en la relación construyendo lazos fuertes, pero también soltando para que tanto el uno como el otro se vean capacitados de alcanzar metas personales. Los miedos excesivos y la falta de madurez emocional y personal generan una elevada tasa de infelicidad. No obstante, considero normal una “pizca de celos” debido a nuestras imperfecciones, pero siempre debemos tener en cuenta que el amor está amalgamado a la libertad.
Pienso que es necesario conocer lo que significa la excelencia del amor, en qué se diferencian el amor auténtico del inauténtico, cuáles son las características de una relación significativa de pareja, cuán seguro estamos de nosotros mismos, de nuestros valores, de nuestra autoestima, autoconfianza y de otros elementos activos de nuestra personalidad, porque para aprender a controlar y desterrar los celos hay que aprender mucho sobre cómo manejar nuestras emociones y sobre el amor en todas sus dimensiones y significados.
¿Conoces lo que significa amar conscientemente?
Amar conscientemente es una de las experiencias más maravillosas que podamos imaginar, porque sin conciencia, el amor queda reducido a un acto animal que agota, mientras que vivido con plena conciencia, desde el cerebro y el corazón, es fuente de felicidad y energía.
Todos podemos vivir una vida amorosa más rica y plena si aprendemos a amar con más conciencia. No se trata de llegar a una meta determinada, sino de crecer, de crecer por dentro, irradiando aquello que está en el interior de todos los hombres y mujeres que llamamos amor, donde los celos no tienen espacio alguno.
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