Agricultor holguinero
Foto: Roxana Guisado

Francisco, una vida dedicada a la labranza de la tierra

Las manos de Francisco, surcadas por el tiempo y el trabajo duro, son un mapa de la tierra que ha cultivado durante décadas. Cada arruga, cada callo, cuentan la historia de una vida dedicada al campo, a sembrar la tierra con la misma paciencia y tesón con la que un artesano pule su obra maestra.

Desde el amanecer, cuando el sol apenas asoma tímidamente por el horizonte, Francisco, campesino holguinero, ya está en pie, recorriendo sus campos con la mirada atenta de padre que cuida a sus hijos.  Observa el crecimiento del maíz, la frondosidad de las hortalizas, el lento madurar de los frutos,  y en cada hoja, en cada tallo, brota un motivo de satisfacción.

No es una labor fácil la del agricultor. Los caprichos del clima, las plagas que acechan, la incertidumbre de las cosechas, son desafíos constantes que enfrenta con la sabiduría ancestral heredada de generaciones que lo precedieron. Su conocimiento no se aprende en los libros, sino en la observación paciente de la naturaleza, en el diálogo silencioso con la tierra que le susurra sus secretos.

Pero, Francisco no se rinde. Con la misma tenacidad con la que sus manos se aferran al azadón, se aferra a la esperanza de una buena cosecha, a la satisfacción de llevar alimentos a la mesa de su familia y a la de tantos otros.  En su mirada curtida se refleja el orgullo de quien sabe que su trabajo, aunque humilde, es fundamental para la vida.

Cuando llega la tarde, y el sol comienza su lento descenso, Francisco regresa a casa con la dicha del deber cumplido, con la paz que le transmite la tierra. En su espalda lleva a cuestas el peso de los años, pero también la experiencia y la nobleza de una tradición milenaria: cultivar la tierra y con ella, la vida misma.

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