Masters y Johnson, considerados fundadores de la sexología moderna, plantean que por regla general la palabra sexualidad se emplea con un significado más amplio que el vocablo sexo, ya que pretende abarcar todos los planos del ser sexual. Al hablar de la sexualidad nos referimos a una dimensión de la personalidad y no exclusivamente a la aptitud del individuo para generar una respuesta erótica.
El léxico disponible en el ámbito del sexo y la sexualidad es para algunos limitado. Aun así podemos distinguir entre actos sexuales (comolos besos, la masturbación, las caricias o el coito) y conducta sexual (que comprende no sólo actos sexuales concretos, sino características tales como: ser coqueta o galanteador, vestir de determinada forma, proyectarse de manera sensual, o tener citas de carácter íntimo). También podemos hablar de un sexo destinado a la procreación (engendrar hijos), al disfrute (búsqueda exclusiva del placer sexual) o a la relación convivencial (compartir sentimientos y sensaciones con un ser querido.
Bronisław Kasper Malinowski, en 1929, explicó que “La relación sexual no es una mera transacción fisiológica, sino que presupone amor y requerimiento sexual, convirtiéndose así en el núcleo de instituciones tan venerables como el matrimonio y la familia. La sexualidad impregna el arte y le confiere su encanto y su magia. En realidad, preside casi todas las facetas de la cultura. En su acepción más amplia la sexualidad es más bien una fuerza sociológica y cultural que una mera relación corporal entre dos individuos”.
Sigmund Freud, en 1943, dijo sobre cómo percibían la sexualidad las personas en su época: “Ciertamente, creeríamos que no puede haber duda acerca de la interpretación que debe darse al término sexual. Ante todo, por supuesto, significa lo indecoroso, aquello que no debe mencionarse”.
En nuestros días para intentar explicar qué es la sexualidad se hace necesario tener en cuenta que esta es pluridimensional, pues se ve matizada por diferentes factores y perspectivas o dimensiones: biológica, psicológica, sociocultural y clínica.
Desde el momento que el hombre es capaz de organizar sus pensamientos, expresar sus sentimientos y planificar la naturaleza para adaptarla a sus necesidades, logra escapar de la esclavitud biológica de la sexualidad para trascender a algo que le lleva más allá de la mera reproducción. El sexo se convierte así en una actividad capaz de producir placer y, al mismo tiempo, de desencadenar ansiedad, de generar amor y de impulsar el odio, de ser valorado como “una liberación” o de ser esgrimido como “arma represiva”. Justamente por tal pluridimensionalidad, conviene analizar separadamente las diversas perspectivas implicadas en la sexualidad humana. La primera a considerar, tal vez por ser la más antigua, es la perspectiva biológica.
El plano biológico constituye la base sobre la que se establece el comportamiento sexual. Nuestra capacidad para reproducirnos, nuestra competencia para sentir y responder sexualmente, así como todos los cambios fisiológicos que tienen lugar ante un estímulo sexual, dependen de un programa genético que modula un sistema hormonal y una serie de controles nerviosos que provocan ciertas diferencias en la respuesta sexual.
Lo biológico controla, en gran medida, el desarrollo sexual desde la concepción hasta el nacimiento, así como nuestra aptitud para procrear después de la pubertad. Afecta también el deseo, nuestro funcionamiento y capacidad sexual e, indirectamente, la satisfacción derivada de una relación. Por otra parte, la excitación sexual, cualquiera que sea el estímulo, produce una serie de efectos biológicos concretos: aceleración del pulso, respuesta de los órganos sexuales y sensación de calor y hormigueo en todo el cuerpo.
La dimensión psicológica está constituida por el conjunto de las emociones, los pensamientos y la perspectiva de cada individuo, que determinan su forma de actuar y de responder ante diferentes situaciones. La evaluación del aspecto psicológico de la sexualidad reviste importancia porque arroja luz no sólo sobre muchos trastornos sexuales sino también sobre nuestra evolución como seres sexuales.
Desde la infancia la identidad sexual o de género de un individuo, es decir, la convicción íntima del sujeto de sentirse hombre o mujer, viene configurada primordialmente por fuerzas psicológicas pero también sociales y culturales. Estas últimas, en conjunto, conforman la perspectiva sociocultural de la sexualidad. La familia, la escuela y los medios de comunicación van moldeando, de una forma casi imperceptible, nuestras ideas y actitudes hacia lo sexual.
Este proceso por el cual la sociedad va encausándonos hacia determinados comportamientos sexuales se halla en relación directa con los patrones culturales que rigen en esa sociedad y en ese momento determinado. Hago énfasis en este punto porque con demasiada facilidad se tiende a calificar de naturales o antinaturales, de sanas o enfermizas, determinadas conductas sexuales que son únicamente el producto de un sistema de valores predeterminado, pero al que en lo absoluto se le puede atribuir un valor universal.
Hay que tener en cuenta que el modelo sexual de nuestra sociedad es muy distinto del de otros grupos culturales, y que nuestro propio modelo va cambiando con el paso del tiempo. Un claro ejemplo lo constituye el cambio de rol de las mujeres, de quienes hace más de 50 años se esperaba un papel sexual pasivo y que no mostraran placer en el sexo, mientras que hoy se espera y se desea todo lo contrario.
Por su parte, la perspectiva clínica de la sexualidad incluye el análisis de todos aquellos aspectos que pueden alterar o deteriorar la función sexual, tanto biológicos como psicológicos o sociales. Dentro de esta perspectiva se encuentra la Terapia Sexual.
Se piensa comúnmente que la sexualidad debe ser espontánea, es decir, debe surgir “de una forma natural y libre de nuestro interior”. Esta idea puede ser adecuada para aquellas personas que, tanto ellas como sus parejas, están satisfechas con su sexualidad. Pero en numerosas ocasiones no es así. Muchas parejas encuentran dificultades en su vida sexual porque existen factores biológicos, psicológicos o sociales que fallan y deben corregirse. La sexualidad humana es fundamentalmente un aprendizaje social, aunque se asiente sobre bases biológicas. Lo que ocurre es que este aprendizaje es tan profundo que nos hace creer que lo que hacemos y pensamos es espontáneo.
Aparte de corregir posibles alteraciones biológicas, la terapia sexual persigue modificar los aspectos erróneos de este aprendizaje y que el individuo reaprenda una nueva actitud, que le sea más útil y adaptativa en su funcionamiento sexual. Esta nueva actitud, con el tiempo, aparecerá tan espontánea como la anterior y será mucho más provechosa.
En otras palabras, si bien el sexo es una función natural del organismo, existen numerosos impedimentos que pueden disminuir su placer o espontaneidad. Por ejemplo: los menoscabos físicos, como la enfermedad, las lesiones o las drogas. Además emociones tales como el miedo, la ansiedad, la culpa, la depresión y los conflictos de orden convivencial repercuten también sobre la sexualidad. La perspectiva clínica de la sexualidad examina las soluciones a estos y otros trastornos, que impiden al individuo gozar de un buen estado de salud y dicha sexual.
En el curso de los últimos años se han realizado notables avances en el tratamiento de una amplia gama de trastornos sexuales. Médicos, psicólogos y otros profesionales con conocimiento de sexología pueden asesorar sexualmente a sus pacientes y aplicarle la terapia sexual que corresponda, de acuerdo a sus dificultades.
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